El Primer Ministro de Japón, Naoto Kan, sale todos los días por la tele con traje de obrero con baja cualificación, es decir, con traje de cuello azul. En el lenguaje coloquial, el mono o funda azul, aunque en su caso es de dos piezas:pantalón y cazadora. Si hacemos una lectura correcta del mensaje, nos quiere decir que, en momentos duros, en momentos difíciles, los que nos sacan de los apuros son los del cuello azul, o los de cuello blanco que tienen que vestirse de azul y olvidarse de sus privilegios y su status. Desconozco el origen profesional de las personas que se están jugando la vida en primera línea de contaminación nuclear, pero imagino que una mayoría serán de los del cuello azul, -aunque antes de la catástrofe hayan sido ingenieros de cuello blanco-, dispuestos a pringarse hasta morir por el bien común.
Algunas mentes bien pensantes y con buenas intenciones intentan solucionar el problema de la central nuclear con aviones no tripulados o con helicópteros que echan un chorro de agua sobre las ruinas -una cantidad irrisoria para lo que se debe necesitar. Pues no, el problema sólo pueden solucionarlo gentes aguerridas, kamikaces del siglo XXI con pie en tierra firme, y en primera línea de plutonio o uranio.
Lo decía estos días el economista Paul Krugman: los puestos de trabajo que peligrarán menos en los próximos años son los que no pueden ser sustituídos por los ordenadores. Según éste experto, las computadoras, máquinas que trabajan de forma mecánica, pueden sustituir mejor a un abogado -en investigaciones legales informatizadas- o un médico -en diagnósticos médicos con ayuda de ordenador-, que a un mecánico, un conserje o un bombero.
Imagino que los oficios de palista y gruísta también tendrán mucho trabajo en los próximos meses en Japón.
Un proverbio chino dice que vale más una buena crítica que mil elogios. Aquí haremos crítica constructiva para dar voz a los que no pueden hacerse oír en la Aldea Global de la que formamos parte y que, curiosamente, nos satura de información. Un ruido que nos aturde y nos impide distinguir el grano de la paja; la cordura de la herejía. Dedicado a Mariano José de Larra(1809-1837), autor del grito: ¡Escribir en España es llorar! y a quienes pensaron lo mismo, pero no se atrevieron a decirlo.
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