miércoles, 31 de mayo de 2017

Cambio de década

Isolina Cueli
Nací en Priesca, tal día como hoy, hace sesenta años. Huelga decir que cambio de década y no puedo negar que me da mucho vértigo.
Manzano: flor de mayo. 
Acabo de entrar en la edad que te ofrecen descuentos en el cine, viajes y hoteles; que te ceden el asiento en el autobús y te haces invisible, pero a pesar de todo, no me siento ni vieja, ni mayor, ni invisible y debe ser un problema; por eso, con su permiso, utilizo estas líneas a modo de terapia.
Pasaron seis décadas y parece que fue ayer cuando hacía mis primeros viajes. Tenía tres años y me colocaban encima de los sacos terreros de la gradia, un artilugio de pinchos con el que se alisaba la tierra recién arada. Imagino que aquel ir y venir a ninguna parte, durante horas, es la base de mi inquietud, curiosidad y creatividad, y también el cimiento de mis ansias de libertad. El movimiento, aupada en aquellos sacos, un metro por encima del suelo, en vehículo descapotable, era lo más parecido a volar. Apenas conocía Villaviciosa, pero ya había viajado unos cuantos kilómetros a lomos de aquel apero diseñado hacía siglos y al paso de dos vacas que casi nunca se salían del riego, un surco marcado por muchas generaciones. Eran los años en los que el tiempo pasaba de otra manera, más lento. Los años en que los sabores eran auténticos -nunca olvidaré los bocadillos de chorizo al llegar de la escuela- y a la agricultura no hacía falta ponerle el apellido de ecológica.
Gradia que conservan Maribel y Ciano en Ordiera (Sebrayo).
A la avecilla que le gustaba volar y disfrutaba de la libertad triscando por el campo le cortaron las alas durante los siete años de internado. Fue el calvario que tuve que pasar para volver a retomar la libertad, levantar el vuelo de nuevo y marcar el surco para el viaje de mi propia vida, un camino iniciado hace sesenta años en Priesca, de la mano de Aurora y Ramón.
Los años me enseñaron que el pensamiento no debe tomar asiento, por eso mantengo la curiosidad por aprender a diario alguna cosa y celebro los cumple días. También conservo el espíritu crítico, que casi siempre es autocrítico, y, por supuesto, no me olvido de cultivar las ganas de reirme, pese a quien le pese. Sé que con la risa se acentúan las arrugas, pero esos surcos del tiempo marcados en mi rostro son el reflejo de una vida. Y si nunca fui esclava de mi físico, ni de mi imagen, a estas alturas del calendario puedo permitirme el lujo de no ocultar ni arrugas, ni canas, ni varices e ir en contra de los cánones de belleza establecidos, que arrastran a tantas personas.
Acabo de estrenar década y soy consciente que voy hacia el final de mi vida. Es el declive inevitable, pero quiero morirme de viva, o de risa, y por eso me niego a esperar sentada a que llegue la parca, aunque sí me propongo ralentizar el paso.
Son sesenta años de trabajo y sacrificios en este valle de vanidades y de lágrimas, en los que procuré no perder la empatía hacia el prójimo. Seis décadas de relativa paz en España que pasaron como un fogonazo, aunque si las miro con detenimiento, dieron para mucho. Tengo la suerte de tomar la opción que más me gusta, casi siempre distinta a la del rebaño, pero un lujo que no me canso de saborear. La experiencia me dice que para ser feliz no importa la edad, sino la conformidad, y a los sesenta no perdí la capacidad de apreciar las pequeñas cosas.
Me encanta estar sola, -llevo la soledad en el nombre- pero en las alforjas de la vida conservo un grupo de amigas y amigos que me hacen el camino más llevadero. Y, por supuesto, están los parientes, que me arropan. No se puede pedir más. Con todas y todos, y con usted que llegó hasta aquí en la lectura, comparto estos versos de Antonio Machado: "Caminante, son tus huellas/ el camino y nada más;/ caminante, no hay camino,/se hace camino al andar./ Al andar se hace camino,/ y al volver la vista atrás/ se ve la senda que nunca/ se ha de volver a pisar./ Caminante, no hay camino,/ sino estelas en la mar."
¡Ultreia!

miércoles, 3 de mayo de 2017

Ahora les toca a les patates

Isolina Cueli
Competición de burros al final de la jornada. (I.C)
En Priesca, cada verano, nada más terminar la faena de la hierba, sabíamos que tocaba cosechar les patates en El Carbonéu. También tocaban las de los vecinos que habían venido a ayudarnos. Con tierra hasta las orejas y la columna curvada, era un aliciente y una fiesta que se remataba con un pulso de fuerza entre el burro de los pitusos y nuestra burra. Había cantidad de patatas de dos colores: las blancas y las rojas de riñón. Salían patatas para comer,-el alimento base-, para vender y regalar, para los cerdos o las gallinas y las mejores, seleccionadas, se guardaban para sembrar al año siguiente. Y, precisamente, en este acopio de patatas de siembra que hacían antes y que la comodidad de ahora nos lleva a comprarlas en el almacén, está el problema de las enfermedades. Entonces, para regenerarlas, se intercambiaban con el vecino, ahora las regeneramos con los vecinos del País Vasco, Francia, Bélgica o Turquía y eso queda muy fuera de mano.
Patatas caseras, de siembra. (I.C)
El caso de Priesca se puede extrapolar a todos los pueblos de Asturias, en los que había, como mínimo, dos cosechas: las tempranas, de abril y mayo, y las del año, para agosto.
Los políticos de finales del siglo XX bautizaron Asturias como el paraíso natural pensando en los turistas. Y sí, entonces había un paraíso, porque teníamos miles de jardineros que cultivaban y cuidaban a diario ese paraíso. Me refiero a los agricultores y ganaderos que se dejaban las espaldas en el trabajo de sol a sol. Mientras, otros, en los despachos, con mucho esfuerzo y tesón, consiguieron acabar con el medio rural y hoy el paraíso es un gran matorral, salvo contadas excepciones.
Y en esas excepciones están las pequeñas huertas, la mayor parte para consumo doméstico, que aún se mantienen, gracias a los románticos de la fesoria que disfrutan con sus cultivos. Uno de esos cultivos, a pequeña escala, era la patata y ahora también la están demonizando y acabarán con ella y con la paciencia de la gente de los pueblos. El colmo que les faltaba es tener que pedir permiso para sembrar patates. No alcanzo a ver el trasfondo de este intervencionismo de los poderes fácticos. Creo que ni los propios políticos de ahora deben saber a dónde nos lleva este lío de la enfermedad de les patates. No sé si saben que éste tubérculo y quiénes lo cultivan, conviven hace muchos años con el escarabajo de la patata. Y el buen hacer de los cultivadores consiguió sacar adelante unas cosechas de primera. Ahora se acaba de descubrir una enfermedad nueva (aunque ya existe hace años) y como soy de pueblo, y desconfiada, no me puedo creer que estemos ante un problema inocente. No voy a hablar de conspiración, pero sí de tomadura de pelo.
Gracias a la tierra y el clima de Asturias, podíamos ser una potencia en producción de patatas de primera calidad, pero nos permitimos el lujo de importarlas y son como remolachas -cuando compre patatas pregunte de dónde vienen-. Ni los cocineros le dan el lugar que se merece la patata cultivada en Asturias. Quien haya probado una patata asturiana notará la diferencia sobre el resto y, aunque sea en pequeñas cantidades y casi por casualidad, aún se pueden encontrar en tiendas de agricultura ecológica, salvo que una mano negra quiera que dejemos de cultivar las patatas de aquí y tengamos que volver a comprarlas en América, de donde llegaron hace casi 500 años.
Acabamos de enterarnos que en Estados Unidos se van a plantar pomaradas de variedades asturianas de manzana de sidra. Eso sí, las tuvieron cinco años en cuarentena antes de darlas de paso, para asegurarse que no les contagiábamos ninguna plaga. Algunos lagareros pusieron el grito en el cielo. No quiero pensar que dentro de unos años tengamos que importar la manzana de sidra de Michigan (USA). Con la manzana de mesa ya pasó. Recuerdo que en los setenta, en Priesca, se cogían a mano miles de kilos de manzana de mesa -mingán y reinetas- que se presentaban en cajas de madera, con una cama de hierba o paja, y se vendían por camiones a compradores de Lérida. A la vuelta de muy pocos años, y casi sin avisar, los de Lérida empezaron a mandarnos toneladas de manzanas golden, y hasta hoy. Entre tanto, la de mingán, desapareció.
¡Buen camino!