miércoles, 3 de mayo de 2017

Ahora les toca a les patates

Isolina Cueli
Competición de burros al final de la jornada. (I.C)
En Priesca, cada verano, nada más terminar la faena de la hierba, sabíamos que tocaba cosechar les patates en El Carbonéu. También tocaban las de los vecinos que habían venido a ayudarnos. Con tierra hasta las orejas y la columna curvada, era un aliciente y una fiesta que se remataba con un pulso de fuerza entre el burro de los pitusos y nuestra burra. Había cantidad de patatas de dos colores: las blancas y las rojas de riñón. Salían patatas para comer,-el alimento base-, para vender y regalar, para los cerdos o las gallinas y las mejores, seleccionadas, se guardaban para sembrar al año siguiente. Y, precisamente, en este acopio de patatas de siembra que hacían antes y que la comodidad de ahora nos lleva a comprarlas en el almacén, está el problema de las enfermedades. Entonces, para regenerarlas, se intercambiaban con el vecino, ahora las regeneramos con los vecinos del País Vasco, Francia, Bélgica o Turquía y eso queda muy fuera de mano.
Patatas caseras, de siembra. (I.C)
El caso de Priesca se puede extrapolar a todos los pueblos de Asturias, en los que había, como mínimo, dos cosechas: las tempranas, de abril y mayo, y las del año, para agosto.
Los políticos de finales del siglo XX bautizaron Asturias como el paraíso natural pensando en los turistas. Y sí, entonces había un paraíso, porque teníamos miles de jardineros que cultivaban y cuidaban a diario ese paraíso. Me refiero a los agricultores y ganaderos que se dejaban las espaldas en el trabajo de sol a sol. Mientras, otros, en los despachos, con mucho esfuerzo y tesón, consiguieron acabar con el medio rural y hoy el paraíso es un gran matorral, salvo contadas excepciones.
Y en esas excepciones están las pequeñas huertas, la mayor parte para consumo doméstico, que aún se mantienen, gracias a los románticos de la fesoria que disfrutan con sus cultivos. Uno de esos cultivos, a pequeña escala, era la patata y ahora también la están demonizando y acabarán con ella y con la paciencia de la gente de los pueblos. El colmo que les faltaba es tener que pedir permiso para sembrar patates. No alcanzo a ver el trasfondo de este intervencionismo de los poderes fácticos. Creo que ni los propios políticos de ahora deben saber a dónde nos lleva este lío de la enfermedad de les patates. No sé si saben que éste tubérculo y quiénes lo cultivan, conviven hace muchos años con el escarabajo de la patata. Y el buen hacer de los cultivadores consiguió sacar adelante unas cosechas de primera. Ahora se acaba de descubrir una enfermedad nueva (aunque ya existe hace años) y como soy de pueblo, y desconfiada, no me puedo creer que estemos ante un problema inocente. No voy a hablar de conspiración, pero sí de tomadura de pelo.
Gracias a la tierra y el clima de Asturias, podíamos ser una potencia en producción de patatas de primera calidad, pero nos permitimos el lujo de importarlas y son como remolachas -cuando compre patatas pregunte de dónde vienen-. Ni los cocineros le dan el lugar que se merece la patata cultivada en Asturias. Quien haya probado una patata asturiana notará la diferencia sobre el resto y, aunque sea en pequeñas cantidades y casi por casualidad, aún se pueden encontrar en tiendas de agricultura ecológica, salvo que una mano negra quiera que dejemos de cultivar las patatas de aquí y tengamos que volver a comprarlas en América, de donde llegaron hace casi 500 años.
Acabamos de enterarnos que en Estados Unidos se van a plantar pomaradas de variedades asturianas de manzana de sidra. Eso sí, las tuvieron cinco años en cuarentena antes de darlas de paso, para asegurarse que no les contagiábamos ninguna plaga. Algunos lagareros pusieron el grito en el cielo. No quiero pensar que dentro de unos años tengamos que importar la manzana de sidra de Michigan (USA). Con la manzana de mesa ya pasó. Recuerdo que en los setenta, en Priesca, se cogían a mano miles de kilos de manzana de mesa -mingán y reinetas- que se presentaban en cajas de madera, con una cama de hierba o paja, y se vendían por camiones a compradores de Lérida. A la vuelta de muy pocos años, y casi sin avisar, los de Lérida empezaron a mandarnos toneladas de manzanas golden, y hasta hoy. Entre tanto, la de mingán, desapareció.
¡Buen camino!

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