Dedicatoria del Libro Claros del Bosque. (I.C) |
En su libro Claros del Bosque, dedicado a su hermana Araceli, se puede leer: "Y queda la nada y el vacío que el claro del bosque da como respuesta a lo que se busca. Mas si nada se busca, la ofrenda será imprevisible, ilimitada". Y María, que no buscó laureles en vida, a pesar de todas las penurias económicas que sufrió y que superó gracias a la ayuda de muchos amigos, va recuperando poco a poco, paso a paso, esa ofrenda imprevisible e ilimitada. Y gestos como el de Google de estos días son la forma de mantener viva su memoria y su obra.
Tuve la suerte de cuidar a María Zambrano los tres últimos meses del año 1981. Su primo Mariano, que la acompañaba en la avenida de Secheron, en Ginebra, estaba ingresado en un hospital y necesitaban una persona para sustituirle. Bernardino Fernández, presidente del Centro Asturiano de Ginebra, pensó en aquella periodista, de prácticas en La Nueva España, que le había pedido trabajo en el verano. Ya había empezado el curso, pero en menos de veinticuatro horas llegué a la estación de tren de Ginebra donde me esperaban, además de Bernardino, el poeta José Ángel Valente (1929-2000), albacea de María, y su primo Rafael Tomero Alarcón, hermano de Mariano. Tenía 24 años y cuando me explicaron lo que debía conseguir de María era para echar a correr, pero me quedé y afronté el reto. Nunca me arrepentí. Había recibido la consigna de ser estricta con ella e imponerle disciplina para comer, para escribir y para caminar o dejar de fumar, entre otras muchas cosas. Creo que no conseguí ni la mitad de los objetivos, pero siempre me quedó la satisfacción de haberlo intentado. Unas veces me tocó ser estricta, otras cedía a sus caprichos, y así fuimos caminando durante tres meses, paso a paso. ¿Quién era yo para imponer nada a María Zambrano? Pero había adquirido ese compromiso, así que fui dando una de cal y otra de arena. Siempre creí que no le gustaba la comida que le hacía, pero cuando, años más tarde, la visité en Madrid, se acordaba de mis croquetas. ¡Toda una sorpresa!
Acababan de concederle en Asturias el Premio de Comunicación y Humanidades, el premio Ullán, como ella le llamaba, en referencia a su amigo José Miguel Ullán (1944-2009), al que le suponía alguna mediación en ése reconocimiento y estaba emocionada de que en España apreciasen su trabajo intelectual. Sería el primero de una larga lista de homenajes. Además, el Centro Asturiano medió para que la nombrasen hija adoptiva de Asturias, una tierra que había conocido con La Barraca y de su amistad con Pedro Caravia (1902-1984), profesor de Filosofía y crítico de Arte.
María Zambrano vivió casi todo el siglo XX y contribuyó, con otras muchas mujeres, a poner los cimientos de los Derechos que disfrutamos hoy, entre ellos el derecho al voto.
Fue en la Navidad del 81 cuando me despedí de ella con un ramo de rosas rojas y amarillas. Nada más verlas se echó a llorar. Tenía en su mano, en forma de rosa, los colores de la bandera de su país, al que no regresaba desde hacía cuarenta años. No eran los colores de la República que había defendido, pero eran los colores de la bandera constitucional de la España democrática, que daba los primeros pasos y en la que tenía puestas sus esperanzas.
Gracias al buen hacer de sus amigos, consiguió volver a España, antes de su muerte en 1991.
Espero y deseo que aún le queden a María Zambrano muchas más citas y reconocimientos a su obra.
Yo recordaré siempre aquellas noches frente a la luna llena, con el lago Leman en primer plano, o los momentos en los que se quedaba ensimismada ante la llama de su mechero.
¡Buen camino!
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