Antes de que acabe el día y casi el mes de febrero quiero compartir la cosecha de tomates que tengo a medias con mi prima Charito. Ella es la artífice de sacar adelante cinco de las plantas que nos trajo Raquel de una variedad de Miajadas (Cáceres) en el mes de agosto. Yo los acogí en un pequeño invernadero a finales de octubre y, a pesar del crecimiento y maduración tan lentos, hemos conseguido comer tomates caseros en febrero, todo un éxito en Asturias. También es una prueba de que en esta tierra, si quisiéramos, podríamos hacer muchas cosas. No se trata de competir con Murcia o Almería, ni con Cáceres, sino de recuperar la identidad agrícola y hortícola que desarrollamos durante mucho tiempo. Antes de que se pusieran de moda los productos de diseño. Sé que esta planta no pasaría los cánones de la industria alimentaria ni de las tiendas, porque los tomates son desiguales y algo raquíticos, pero lo que nadie les puede discutir es el sabor a tomate, que es de lo que se trata. A pesar de que un hongo atacó las hojas, preferí no tratarlos. Del más grande, que aún no maduró, aprovecharemos las semillas para las tomateras del verano. Según Raquel, los tomates de Mijadas son los mejores del mundo. De momento, puedo decir, que son los más valientes, porque dar fruto en Asturias en invierno, es todo un reto.
Un proverbio chino dice que vale más una buena crítica que mil elogios. Aquí haremos crítica constructiva para dar voz a los que no pueden hacerse oír en la Aldea Global de la que formamos parte y que, curiosamente, nos satura de información. Un ruido que nos aturde y nos impide distinguir el grano de la paja; la cordura de la herejía. Dedicado a Mariano José de Larra(1809-1837), autor del grito: ¡Escribir en España es llorar! y a quienes pensaron lo mismo, pero no se atrevieron a decirlo.
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