En los últimos días tuve que vérmelas con el Catastro y me acabo de dar cuenta de la catástrofe que hay en el Catastro. A juzgar por el caso que me tocó dilucidar, y que me permitió rastrear un kilómetro cuadrado de Priesca, podría decir que lo tienen todo patas arriba. No está bien ni el nombre de los barrios, que son muy fáciles de identificar. En concreto Fongabín figura dos veces: en su sitio y en lugar de otro núcleo que se llama Les Tarandielles y que no existe para el Catastro.
Y si los pueblos están bailados, lo de las fincas no tiene nombre. Las dibujan a partir de una foto aérea y en sitios de bosques y arbolado, las rayas caen en cualquier parte, con lo cual, los datos del Catastro no tienen nada que ver con la realidad del suelo. Imagino que la informatización de los datos catastrales tendría que llevar dos tipos de trabajo: el aéreo y uno de campo en contacto con los propietarios. Pero creo que este segundo no se hizo y ahora tienen que ser los dueños quienes deben demostrar cuáles son sus propiedades y eso, en muchos casos, donde los lindes están hecho al azar, supone un elevado coste económico, ya que les exigen contratar los servicios de un estudio topográfico. Por no hablar de los viajes a Oviedo o Gijón que tienen que hacer muchos titulares de fincas que se encuentran con que no figuran como dueños de sus fincas, o se les adjudican los terrenos del vecino. ¡Terrible!.
No sé si alguien cobró por actualizar o modernizar el Catastro. Lo que sí sé es que son los titulares de fincas los que están haciendo el trabajo. Por lo menos en Asturias. Imagino que en los latifundios de Castilla será más fácil dilucidar las propiedades.
Una recomendación: si usted tiene alguna finca en algún lugar recóndito, compruebe que existe para el Catastro y que está a su nombre.
Un proverbio chino dice que vale más una buena crítica que mil elogios. Aquí haremos crítica constructiva para dar voz a los que no pueden hacerse oír en la Aldea Global de la que formamos parte y que, curiosamente, nos satura de información. Un ruido que nos aturde y nos impide distinguir el grano de la paja; la cordura de la herejía. Dedicado a Mariano José de Larra(1809-1837), autor del grito: ¡Escribir en España es llorar! y a quienes pensaron lo mismo, pero no se atrevieron a decirlo.
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