jueves, 1 de noviembre de 2012

¡Qué cínicos somos!

Estas líneas pensé escribirlas cuando se airearon los duros métodos empleados por la entrenadora del equipo nacional femenino de Natación Sincronizada. Me alarmaba el cinismo de quienes criticaban los medios de conseguir las medallas olímpicas, pero estaban encantados con los resultados. Si se dedican dos minutos a pensar en lo que hacen esas mujeres se tiene que deducir que no son humanas, que son máquinas. Pero como no es el caso, lo más lógico es pensar que esa perfección sólo se consigue con técnicas y métodos muy duros y muy sacrificados.
También pensé escribirlas cuando se reían del futbolista portugués Cristiano Ronaldo cuando dijo que estaba triste, o algo parecido. Resulta que ese chaval, que cobra una millonada porque alguien se la paga, no tiene derecho a estar triste. No se le permite un fallo, se le exige la perfección de una máquina a la que se le da un botón y ya ejecuta. Imagino que los mismos que criticaban la dureza de la entrenadora de natación, no dudaban en dejar en ridículo a un deportista que mostró un momento de flaqueza.
El colmo ya es la reacción de quienes se escandalizan al saber que el ciclista americano Lance Amstrong se dopaba. ¿Cómo, sino, iba a hacer las proezas que nos brindó por las carreteras y puertos de montaña franceses?. A mí, que me encanta la bicicleta, siempre me pareció inhumano que a los deportistas se les exija más cada año y en cada competición, que se les pida que batan los récord. Que suban puertos, casi imposibles para las cabras.
Pues para rematar, hoy me envían un archivo adjunto con un video en el que se muestran las artes de los entrenadores chinos con los niños que en un futuro serán atletas. ¡Los pliegan como servilletas!. Nunca había visto ese sistema de trabajo, pero siempre me imaginé que tendría que ser algo parecido. ¿Cómo, sino, iban a alcanzar la perfección que nos muestran en sus ejercicios?. Pues con mucho sacrificio, esfuerzo y dedicación.
Somos cínicos al asustarnos, porque esa trastienda se tiene que presuponer. Y si se presupone, o se acepta como parte del juego perfecto, o se anula y no se ponen metas inalcanzables.
Vivimos en el mundo del absurdo, hasta el punto que pedimos imposibles, pero que sean fáciles. Pues no, si es imposible, tendrá que ser difícil.
El absurdo y el cinismo que nos ocupa se lleva a situaciones tan patéticas como las de ver a los ricos que para llamar la atención, ahora lucen pantalones rotos y ¡carísimos!. Con lo que vale un pantalón roto de cientos de euros o dólares, se vestirían unas cuantas familias.
El no va más del absurdo es la noche de Halloween que nos inventamos para hoy. Se supone que la importamos de Estados Unidos. Pues qué casualidad, que cuando yo era muy pequeña ya utilizaba de máscara la cáscara de las calabazas, cuya pulpa habíamos empleado para hacer morcillas.
¡Qué ociosos estamos y qué cínicos somos!
Deberíamos copiar a los deportistas y saber que el que algo quiere, algo le cuesta. ¡Se acabó la cultura del mínimo esfuerzo!


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