viernes, 23 de noviembre de 2012

De fartones, gordos y chupones

Acampada ilegal de caracoles.
En mi pueblo a los que tienen poder -político o económico-, a los que mandan, en general, se les llamó siempre fartones (en castellano comilones), gordos y chupones, por no decir ladrones. Y, haciendo honor a su nombre, la mayor parte de los políticos de mi juventud eran gordos y orondos, no en vano se pasaban la vida de comida en comida, a costa del contribuyente.
Curiosamente, los gordos de ahora son flacos. Todos los políticos se cuidan mucho y son capaces de mantener la línea, a pesar de que sus comidas y cenas se ampliaron a los desayunos -la aúltima moda son los desayunos de trabajo-. Casi todos los días nos pasan en las noticias unos desayunos lujuriantes, con unas mesas escandalosas para los que no tienen qué llevarse a la boca. Pero ellos no se enteran, no saben que hay gente sin casa, sin comida, ellos viven a la sombra de los Presupuestos Generales del Estado, y, si no alcanza, pues se recorta de otro sitio, pero de comilonas, no. Y si la fartura es a costa de una empresa, pues peor todavía, pues repercutirá en los trabajadores o en los clientes.
Las noticias de hoy son demoledoras con la actitud de los mandones ante la res pública. Lo de menos ya es el partido al que pertenecen, lo más gordo es el ansia que tienen todos de apropiarse de lo público, o de hacer la vista gorda cuando otros se lo llevan. Incluso en el Congreso de los Diputados es frecuente escucharlos echarse a la cara el: "y tú más". Todos saben de todos, pero también todos saben que muchas de sus cosas se van a quedar en el baúl de los recuerdos, como denunció hoy la propia Policía. "Cuando los casos afectan a políticos o partidos, lo más normal es que se haga la vista gorda", decía un representante policial. Y yo me pregunto, si lo normal es que se haga la vista gorda, y cada día nos levantamos con un caso nuevo de corrupción, ¿cuántos casos nos quedan por conocer, o cuántos casos no conoceremos nunca?. Pues imagino que nunca sabremos la cifra. Tendremos que conformarnos con los casos ejemplarizantes que salen a la luz y que, para colmo, se eternizan en los juzgados, o se pierden en el limbo de la Justicia.
Ante tantos desastres se me acaba el espíritu crítico. Lo más que puedo hacer es contarlo, para que conste.


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