lunes, 27 de mayo de 2013

La Religión no se estudia, se practica

Amarás al prójimo como a ti mismo. En ésta frase se podrían resumir todas las religiones y todas las filosofías de vida. Si la practicáramos en el amplio sentido de la palabra nos ahorraríamos muchos problemas y se los ahorraríamos a los demás.
Ya sé que hay gente que no se quiere nada, que tiene la autoestima por los suelos y que se deprime por todo. Pero es muy posible que si esa misma gente mirase la vida desde el prisma del prójimo, pero sin envidia, sin ira y sin pesimismo, tendría una visión más amplia y más positiva de su paso por este valle de lágrimas.
Sí, la Religión no se estudia, se practica. Como mucho debería estudiarse en las iglesias y practicarla en todas partes. Si en los colegios fomentaran el compañerismo y la empatía con el de al lado, sería la mejor lección de Religión que podrían impartir, porque esa lección sirve para toda la vida, tanto en el ámbito laboral, como el familiar.
Y cuando me atrevo a decir que la Religión no se estudia, hablo con conocimiento de causa. A los ocho años ya había recibido la Primera Comunión y rezaba el rosario de memoria, con todos sus misterios para cada día de la semana, con su letanía, en castellano y en latín. Me sabía de memoria dos catecismos -aún me quedaba un tercero- iba a misa una vez a la semana, -aún me aguardaban siete años de internado con misa diaria-. Guardaba todas las fiestas, vivía la Semana Santa; cantaba las Flores en mayo y seguía la Navidad a final de año.  A los ocho años me confesaba, por lo menos, una vez al mes. A esa edad ya me había inventado tres pecados que repetía cada vez que me acercaba al confesionario: desobedecer a mis padres; decir palabras feas y el tercero soy incapaz de acordarme, pero era algo parecido.
Al cabo de 48 años no podría repetir los misterios del Rosario , ni pronunciar la letanía de un tirón, pero sí tengo claro que, si puedo tratar al prójimo como a mí misma, ya habría conseguido ser una buena persona.
La Religión no se estudia, se practica, es lo que quería decir Jesucristo cuando echó a los fariseos del templo; o cuando dijo: el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra y frenó en seco el ímpetu de la muchedumbre, dispuesta a lapidar a una prostituta.


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