La maestra se llama Socorro Gallego, es leonesa, de Carrizo de la Ribera, y este año celebra las Bodas de Oro de su llegada a Asturias, cuando tenía 21. Para su segundo destino profesional pidió Asturias y le asignaron la escuela de Sebrayo, en Villaviciosa. Hoy, unos cincuenta ex alumnos de aquella época, le dimos las gracias por su magisterio y entrega. Yo tuve la suerte de asistir unos meses a su aula.
Cuando llegó a Sebrayo, las clases se impartían en el pórtico de la Iglesia románica, el frío se mitigaba con una estufa de leña. Había sólo una maestra para todos los niños, de cinco a quince años, y sacaba tiempo para todos.
Más tarde, se construyó la Casa-Escuela, hoy convertida en Albergue de Peregrinos del Camino de Santiago, aquello ya era un lujo.
A pesar de todas las Leyes de Educación y de todas las reformas de los Planes de Estudios, lo que cuentan para los niños son los recuerdos de los maestros y profesores, de aquellos que saben torear la burocracia de los despachos, para ayudar a los alumnos a ser personas que puedan hacer frente a la vida sin echarse atrás. Y eso, no siempre viene en los libros.
En el libro de la vida que Socorro transmitía a sus pupilos, la primera lección que se enseña es el Respeto a uno mismo y el Respeto a los demás. Esa lección tiene un lenguaje universal, que está por encima de los idiomas y de las enseñanzas de todas las universidades posibles, y eso se aprendía en la escuela de Sebrayo y en todas las escuelas por las que pasó esta maestra ejemplar.
¡Gracias Socorro!.
Un proverbio chino dice que vale más una buena crítica que mil elogios. Aquí haremos crítica constructiva para dar voz a los que no pueden hacerse oír en la Aldea Global de la que formamos parte y que, curiosamente, nos satura de información. Un ruido que nos aturde y nos impide distinguir el grano de la paja; la cordura de la herejía. Dedicado a Mariano José de Larra(1809-1837), autor del grito: ¡Escribir en España es llorar! y a quienes pensaron lo mismo, pero no se atrevieron a decirlo.
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