jueves, 4 de abril de 2013

El hambre, la vergüenza del Primer Mundo

Ayer me contaba una abuela -que esta semana le tocaron los nietos- que estaba desesperada porque ya le había ofrecido tres menús a uno de los niños y no le apetecía ninguno.
Frente a esto, que pasa en una España en plena crisis económica, social y ética, nos encontramos con los datos que nos facilitan hoy desde la reunión de la ONU que se celebra en Madrid para tratar sobre el hambre en el mundo, y que se resumen en que, al menos, uno de cada siete habitantes de la Tierra se va a morir de hambre.
No tenemos vergüenza y no tenemos perdón. En nombre de la Democracia, del Capitalismo, del Socialismo, del Comunismo, de las dictaduras varias, permitimos que haya gente que tire los alimentos, que los malgaste, que los destruya, mientras vemos a nuestro alrededor que hay gente que no tiene un mendrugo de nada para llevarse a la boca.
Lo pagaremos nosotros, o peor, lo pagarán las generaciones siguientes. Y lo pagarán con más hambre, más sed y más sufrimiento. (A estas alturas, ya me habrán calificado de tremendista y agorera. Lo siento, creo que sólo soy una persona medianamente informada).
Casi mil millones de personas son víctimas del hambre. Pero la ONU, que, enseguida apoya la invasión de un territorio y que no sabe prevenir o evitar una guerra, también es incapaz de acabar con el hambre. Ellos mismos reconocen que el problema no está en la falta de alimentos, sino en la mala distribución de la riqueza.
Vi la cara del hambre en Burundi, en Malawi (África) y en algún rincón de Nicaragua. Es la cara de la dignidad, de la soledad, de la impotencia, de la resignación. No tienen fuerzas ni para gritar y, mucho menos, para luchar por su desgracia. Pero quienes hayamos visto esa cara del hambre no nos podemos quedar tranquilos. No podemos resignarnos y tendremos que sacarles los colores a los prebostes de la política, esos burócratas orondos, si no en carnes, sí en dinero, que se permiten ir a cámara lenta en la solución de un problema que concierne a millones de congéneres.
Son hambrientos y haraposos, pero no son tontos y si les proporcionamos los medios, son capaces de desarrollar la agricultura, un sector básico para acabar con el hambre. De nada sirve producir a lo bestia en los países desarrollados, hasta el punto que somos incapaces de comerlo todo. Mientras, en otras zonas, no disponen ni de semillas, ni de agua, dos elementos básicos para un cultivo digno.
Sé que, en el fondo de las mentes maquiavélicas y con poder, el hambre es una forma de expurgar humanos. Sobramos la mitad. así que si se mueren de hambre, nos ahorramos munición. Es duro verbalizarlo, pero es la cruda realidad.
No tengo ninguna fe en los frutos de la reunión que la ONU celebró hoy en Madrid y que les habrá costado millones de euros. Tengo fe en el resto de la humanidad, en la solidaridad de cada uno. Pero esa vía es mucho más lenta. Así que no se me ocurre nada para acelerarar la solución del hambre. Bueno, sí. Enviaba para casa a todos los funcionarios y diplomáticos de la ONU e invertía todo ese dinero (muchos miles de millones de dólares cada año) en el desarrollo de los pueblos que lo necesitan.

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