Como no se me da bien improvisar, leí las siguientes líneas:
No todos tenemos la suerte
de poner en marcha un negocio o una empresa. Reconozco que hay que
ser muy valiente para aventurarse a ser autónomo. Y Luis Rivaya (Oviedo, 1950) lo
intentó por tierra, mar y aire, a contra corriente, a pesar de las
zancadillas, de los pisotones, de las trampas y de los sinsabores que
supone que te abandonen o te traicionen las personas en las que
confías.
Luis Rivaya tuvo que
empezar de cero en muchas ocasiones. Además de los cuatro hijos
biológicos tiene muchos más hijos laborales y empresariales que se
fueron quedando en el camino. Pero, después de leer el libro Desnudo Integral, creo
que el trabajo que más le dolió abandonar ha sido su televisión de
la Comarca de la Sidra. Era el invento perfecto, pero no contó con
el ego de los políticos, que se lo cargaron a través de personas y
empresas interpuestas. El fantasma de la Televisión Autonómica no
era compatible con las televisiones locales, cuando cualquier persona
con sentido común habría visto rápidamente que eran
complementarias y que suponía un gran ahorro de dinero en
instalaciones, en medios técnicos y en contratos laborales. Y conste, que no tengo nada contra los trabajadores de la televisión autonómica, que hacen su trabajo, y muy bien, al margen de los entresijos empresariales.
Pues no, Luis Rivaya y su
empresina, pequeña, pero matona, son la prueba de que no encajaban
en el proyecto faraónico de televisión regional.
Y aunque este tema se
aborda en los capítulos finales del libro de Luis Rivaya, creo que
también ha sido el detonante para que escribiera su experiencia
vital en la publicación que presentamos hoy en el Café de
Vicente, un espacio privado, pero con vocación de servicio público.
Si alguien sabe del poder
de la televisión es Luis Rivaya, y si alguien sabe de la atracción
de los políticos por la televisión, también es Luis Rivaya. Luis
tenía una televisión pequeña, como él la define, pero albergaba
un gran poder. A la gente, al espectador, le interesa mucho saber qué
pasa en los Estados Unidos, o en Corea, pero le interesa mucho más
conocer lo que sucede a la puerta de su casa, en el pueblo de al
lado, y que se lo cuente gente conocida.
Pues esa televisión la
tenía Luis Rivaya y emitía en un territorio muy concreto, los
concejos de la Comarca de la Sidra, pero a pesar de estar en un
rinconín del Universo, sufrió un "cierre gubernamental",
como lo define el autor del libro y propietario de la empresa. Y a
mí, eso de cierre gubernamental me suena a Venezuela, al chavismo,
por poner un ejemplo. Los que no me adulan, los que me critican, los
que me ignoran, los que no me necesitan, los borro del mapa. Pero
creo que con Luis Rivaya les falló el tiro, no contaron con que
están ante una persona inasequible al desaliento, que, aunque le
hayan hecho comer la tierra, siempre recupera la verticalidad y sigue
adelante. En este caso, el primer paso después de la caída es éste
libro.
Dice Rivaya que echa de menos no ser Pérez Reverte para contar bien las cosas. No es Pérez Reverte, pero se le entiende todo bastante bien.
En este libro, que va y
viene en la vida y milagros del sexagenario Luis Rivaya, descubrimos
que es un adicto al trabajo, un creyente religioso a ultranza,
también con idas y venidas, y un creyente de la política, a pesar
de todos los zarpazos que le dieron los ejecutores de la política,
algunos de ellos no llegan a políticos, se quedarían en
politiquillos o politicastros, pero sí tienen poder y mala leche,
así que vale más ignorarlos. El problema es que alguien que se
precie de periodista debe denunciar sus tropelías por el bien de los
contribuyentes. Y eso pasa factura, lo sabe bien Luis Rivaya, que nos
cuenta muchas vivencias en este libro, pero que, a buen seguro, se
deja mucho en la trastienda, porque hay cosas que van más allá de
la función de un periodista. La prueba de que Rivaya sigue creyendo
en los políticos es la presencia de un político en este acto,
aunque sea a título de amigo.
Mi admiración por ser tan
crédulo. Y, si a pesar de todos los palos que le dio la vida, sigue
siendo crédulo a los sesenta, es que ya no tiene arreglo, y yo me
alegro, porque significa que estás vivo.
Hace años a Luis se le
clasificaría como autónomo, en el vocabulario actual es un
emprendedor que no se le pone nada por delante. Sabe que cuenta con
sus manos, su cabeza y sus ganas de trabajar y se echa el mundo a la
espalda.
Madrid, Asturias,
Zaragoza, Alicante, Asturias otra vez, son los escenarios de sus
éxitos y sus fracasos. Pero con mentalidad muy americana, sabe que
de los fracasos también se aprende y no se arredra en la adversidad,
a pesar de que en algún momento se define como "gato
escaldado", ante tanta informalidad a su alrededor.
Me llama la atención su
memoria para recordar nombre y apellidos de las personas de su
entorno, tanto laboral, como en su etapa de estudiante de Derecho. Y
no digamos nada la memoria para recordar compañeros de equipos de
fútbol, de grupos de música, de discotecas, de viajes. Bueno, en
los viajes tiene un lapsus y habla de los castillos del Sena, cuando
me imagino que se refería a los castillos de La Loire. También
merece destacar el espacio que les dedica a todas sus novias, esposas
y amigas con derecho a roce. Tengo que decir que no me gustaría
estar en el pellejo de algunas de sus novias, que no salen muy bien
paradas en el texto. A mí, como mujer, es lo único que me sobran en
este libro. Las descripciones de ciertas escenas íntimas, que pueden
herir sensibilidades. Así como los políticos llevan en el sueldo
que alguien les airee sus torpezas, esas mujeres, de las que se dan
nombres, creo que no se lo merecen, aunque el autor lo haga sin ánimo
de ofensa.
Las mujeres, que al final
se resumen en tres: Isabel, Maribel y Yenny, son, junto con la
música, el fútbol, los coches y las nuevas tecnologías
audiovisuales, los cinco apoyos de la vida de Luis Rivaya, muy
asentados en la religión. Lo más curioso es que, a pesar de tantas
escenas eróticas que nos describe, la primera a los 14 años, el
protagonista, gracias a la religión, o, por culpa de sus creencias,
fue virgen hasta casi los 25 años. Y menos mal, porque sino, en vez
de cuatro hijos habría tenido catorce.
Conste mi admiración a emprendedores como Luis Rivaya que tuvo el valor de montar una televisión, ni más ni menos que un medio de comunicación. Y no me duelen prendas en hacer pública mi admiración, porque muchos periodistas no tenemos el valor de dar ese paso. Y si poner en marcha una televisión es tarea ardua, una televisión local tiene más mérito, por la proximidad con la noticia y los noticiables. Sólo Luis sabe las presiones que recibió y las incomprensiones del trabajo objetivo. Algunas las cuenta, como esas llamadas a horas intempestivas para amenazarle o para advertirle de las consecuencias de sus noticias, informaciones u opiniones.
Alguien le dijo, con mucho
atino, que si contrariaba al Gobierno de turno es que lo estaba
haciendo bien, pero conseguía que le criticara también la oposición
es que lo estaba haciendo más que bien.
Y el premio por hacerlo
tan bien, fue el cierre de su empresina.
Les invito a leer el libro
y ver el desnudo integral de la vida laboral, social y religiosa de
Luis Rivaya. Podría servir de ejemplo en las escuelas de
empresariales o de económicas. Ejemplo de emprendedor, de
empresario, de autónomo; ejemplo de coraje, de entusiasmo, de
imaginación.
La Ministra de Trabajo
Fátima Báñez acaba de descubrir el mundo de los emprendedores, les
ha hecho hasta una Ley y no le da apuro decir que serán ellos los
que van a salvar España. Y yo me pregunto, ¿dónde vivía hasta
ahora esa señora?. En qué zulo vivía. Cómo es posible que no se
haya enterado que existen miles de Luis Rivaya en toda España que
cada día tienen que luchar contra la burocracia que les ahoga y, a
la vez, deben emplearse a fondo para mantenerse a flote y poder
vivir.
Cuando el presidente
Zapatero se enteró que estábamos en crisis, allá por el 2009,
llamó a su palacio a los grandes empresarios de España. Eran unos
cincuenta, 49 hombres y una mujer. Se suponía que aquella gente iba a
salvarnos del naufragio, cuando muchos fueron incapaces de salvar sus
empresas. Cuando veía aquella imagen yo también me preguntaba cómo
era posible que aquel presidente y todos los fantasmas que tenía
alrededor no se diera cuenta que la salvación no venía por ahí,
sino por los pequeños y medianos empresarios. Pues a esos los
mataron a casi todos, es decir, les cerraron las empresas, porque las
administraciones no les pagaban, o les apretaron tanto, que no
tuvieron más remedio que bajar la persiana.
Una vez más, si tienen
tiempo, les animo a que lean el libro y saquen ustedes sus propias
conclusiones.
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