Pido el arrepentimiento, pero expresado en el amplio sentido de la palabra. Porque de arrepentidos está lleno el reino de los cielos. Yo quiero arrepentidos en la tierra. Y arrepentidos que podamos contrastar su nuevo modus operandi. Arrepentidos que aprendan a vivir como el resto de los mortales, con un salario, o con unas rentas, me da igual, pero que sean fruto de la honestidad. No les voy a pedir que se hagan franciscanos, como el nuevo Papa, pero qué menos se les puede pedir que vivan con el fruto del sudor de su frente.
Aún tengo en la retina las imágenes del ex presidente de los empresarios españoles, por poner un ejemplo -que duerme en la cárcel-, dándose golpes de pecho en una misa, a la vez que robaba a manos llenas a todo el que se le ponía a tiro.
Teniendo en cuenta que la mayor parte de las gamberradas que conocemos, nos enteramos gracias a los arrepentidos -aunque muchos de estos arrepentidos lo son porque no podían robar tanto como sus amigos y los delataron- espero que siga aumentando la lista. Y me gustaría que el periodismo no baje los brazos y siga implacable la estela de los delincuentes hasta sacarlos a la superficie.
Este es mi pequeño homenaje a José Luis Sampedro, fallecido el domingo, 7 de abril, a los 95 años.
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