lunes, 23 de enero de 2012

La amazonía ecuatoriana sigue amenazada por el "tubo del petróleo"

En el año 1996 viajé a la amazonía ecuatoriana con Susana Peruyera. Eran nuestras vacaciones, pero las aprovechábamos para trabajar (!otros tiempos¡). El pretexto para elegir esa zona había sido un reportaje en la misión de Aguarico, financiada por la Diócesis de Asturias, y situada en plena selva, en la región de Coca-Sachas, el Oriente del país.  Se trata de un área repoblada por colonos, también conocidos como los hijos del petróleo,  llegados de todas partes de Ecuador y países limítrofes, para trabajar en la extracción de crudo, en el tubo, como le llamaban coloquialmente al gasoducto, que avanzaba implacablemente, destruyendo todo lo que encontraba a su paso en un área de gran belleza. Aún me impresiona recordar las nieves perennes del volcán Cotopaxi o nuestra aventura por el río Napo, afluente del Amazonas. Tratábamos de encontrar a un anacoreta español que se había instalado en la selva junto a las tribus quichuas. La única vía de comunicación era el río. Alquilamos una canoa motorizada, patroneada por Darwin Silva, que se conocía el cauce como la palma de su mano. No encontramos a nuestro hombre de la selva, pero sí mereció la pena conocer cómo vivían los indígenas y adentrarnos en la vegetación plagada de ejemplares centenarios de cedro, mango, samonas o cainitos.
Estos días me entero que el tubo ya amenaza el Parque Nacional Yasuní, también en la zona del Napo. Y no sé porqué me extraña. Si ya tienen el ojo puesto en el Ártico, cómo van a pasar por alto la amazonía. !Imposible¡, hay que acabar con todo y, cuanto antes, !mejor¡.
Una vez más, no nos paramos a pensar que nos estamos poniendo la soga al cuello a nosotros mismos. Esa reserva natural es nuestro pulmón. Si lo destruímos, pues ya se sabe, podremos andar en coche unos cuantos años más, pero luego nos espera la nada. Sé que mi espíritu crítico no es el primero, ni será el último, y que es predicar en el desierto, aunque en éste caso hablemos de la selva, pero bueno, por intentarlo, que no se quede.
 En España también tenemos nuestras vergüenzas, como la tala de hayas del Zilbeti, en Navarra, o el abandono total del medio rural en Asturias: un paraíso convertido en matorral.

Mis mejores recuerdos para nuestros anfitriones: los sacerdotes Amadeo Artime (fallecido prematuramente a su regreso a España), Fancisco Chicharro y Jorge Fernández; los cooperantes Silvia Poyal y su esposo Miguel y la hermana Salomé Fueyo Fanjul. 
La otra cara de la moneda del viaje sería nuestra estancia en Quito. Gracias a los curas contactamos con otros dos asturianos, Marcos Suárez y José Luis Tirador, presidente del Banco Internacional y vicepresidente ejecutivo, respectivamente. Ni qué decir tiene que se volcaron con aquellas dos desconocidas que osaron subir a la planta noble del banco para hacerles una entrevista. 
El remate de la buena suerte fue que Tirador nos apañó una entrevista con el pintor cabecera del Banco: Oswaldo Guayasamín, quien nos recibió y nos trató como si representáramos a los dos periódicos más importantes del mundo, dedicándonos toda una tarde de su valioso tiempo. 
Sé que existe mucha gente buena y por eso aún me queda una pequeña esperanza de que todo no está perdido. Somos los de a pie de calle los que tenemos que decir !basta¡ y lo podemos hacer de muchas formas, la primera aplicando el sentido común.

Colonos en un transporte público de Sachas-Coca.

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