miércoles, 9 de noviembre de 2011

Las repercusiones de la caída del Muro de Berlín

Tal día como hoy,  hace 22 años, en 1989, celebrábamos la caída pacífica del Muro de Berlín (Alemania), una construcción de piedra y alambradas que dividía la ciudad en dos y, por extensión, a Europa.
En el 88, un año antes, durante mi stage en la Comisión de la Unión Europea, pude visitar Berlín y comprobar in situ la aberración que suponía el Muro. Las autoridades comunitarias tenían mucho interés en que todos los jóvenes que pasábamos por las prácticas pudiésemos contrastar la dura realidad y la diferencia entre el Este y el Oeste, entre el comunismo y el capitalismo.
La primera impresión que me llevé del Muro era de impotencia. ¡Aquella mole infranqueable! Recuerdo que me hice una foto mirando al suelo, delante de una de las garitas de vigilancia -con bicho dentro-. Era una forma testimonial de denunciar y protestar contra la injusticia que se vivía al otro lado. En Berlín se podía ver muy bien la Europa de dos velocidades, tanto desde el punto de vista social como económico. A un lado los países de influencia soviética, con mucha miseria, y al otro el avance del Estado de Bienestar y de la pujanza en poder adquisitivo de las familias.
La caída del Muro en 1989 fue el detonante para el desmantelamiento del Comunismo y el punto de partida para el avance de los millones de ciudadanos sometidos a la hoz y el martillo, que se habían quedado estancados durante tantos años. Pero también es posible que ese hecho histórico haya sido el pistoletazo de salida para el declive del Estado de Bienestar. No soy economista, ni socióloga, pero sí observadora y está claro que si tenemos que compartir el pastel (léase petróleo y otras materias primas), tendremos que tocar a menos. Y parece que estamos en eso.
En menos de un siglo Alemania hizo dos grandes milagros: sobreponerse al nazismo y al desastre de la II Guerra Mundial y superar la gran empresa que suposo la incorporación y adopción de sus hermanos de la Alemania del Este. Le queda otro gran milagro, que es el de salvar del desastre a la Europa del euro.
Leyendo el último libro de Santiago Niño-Becerra, Más allá del Crash, está claro que el reto es difícil, porque estamos muy mal, pero imagino que , conociendo un poco la cultura germana, podrían hacerlo, aunque primero tendrían que contagiarnos a los demás de su espíritu de sacrificio, capacidad de ahorro y afán de trabajo.
Hace 22 años celebrábamos la caída del Muro de Berlín y apostábamos por la eliminación de todos los muros. Los físicos y los mentales. Pero no, en este tiempo se levantaron muchos más. Que recuerde ahora mismo, el de Israel, en Palestina; el de Estados Unidos, en México y la valla metálica de España, en Ceuta. Espero que todos corran la misma suerte que el Muro de Berlín y se derrumben de la misma forma, con la fuerza de la razón y de forma pacífica.

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