Esta tarde vino a pedirme el voto una candidata a concejal. Puso mucho empeño en venderme las bondades de su cabeza de lista. Se veía que se sabía muy bien su discurso, pero ni ella ni nadie nos cuenta la verdad del día después. Todos se empeñan en contarnos las grandezas que van a hacer, las carreteras que van a construir, los empleos que van a crear, etc, cuando saben perfectamente que es imposible, que ese discurso no es real, que la cruda realidad será distinta, que nos van a apretar otro ojal en el cinturón, que vamos a ser más pobres que el año pasado y que tendremos que recortar gastos y, por supuesto, caprichos.
Nadie se atreve a encarar la campaña diciendo a los votantes que nos esperan años duros y que habrá que arrimar el hombro todos a una, sin colores partidistas ni de ideología. Cuando el barco está a punto de hundirse, o lo salvamos entre todos, o nos hundimos todos. Ejemplos no nos faltan a nuestro alrededor. Y en estos casos tampoco vale sentarse en una plaza a protestar, hay que unirse e indignarse, pero para trabajar, para sumar.
Mi admiración por la gente que tiene la ilusión de la política, espero que por vocación de servicio público. Yo, que nunca quise entrar en ningún partido, porque duraría dos telediarios, espero que sepamos elegir a los mejores para que nos marquen el camino en el desierto económico, laboral y financiero que nos espera, antes de llegar al primer oasis.
Un proverbio chino dice que vale más una buena crítica que mil elogios. Aquí haremos crítica constructiva para dar voz a los que no pueden hacerse oír en la Aldea Global de la que formamos parte y que, curiosamente, nos satura de información. Un ruido que nos aturde y nos impide distinguir el grano de la paja; la cordura de la herejía. Dedicado a Mariano José de Larra(1809-1837), autor del grito: ¡Escribir en España es llorar! y a quienes pensaron lo mismo, pero no se atrevieron a decirlo.
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