Isolina Cueli
Cuando argayaba la montaña, a la
entrada del túnel de Fabares, por la cara de Villaviciosa, siempre
decía, incluso escribí, que si los técnicos, los ingenieros y
demás licenciados hubiesen ido antes a preguntarles a los vecinos de
los pueblos cercanos les habrían dicho que aquel terreno se iba a
derrumbar si no ponían las medidas oportunas para sujetarlo. Escribí
algo parecido con los túneles de la variante de Pajares que se
convirtieron en un río, al horadar directamente en los manantiales
que abastecían de agua a los pueblos de la zona.
Estos días nos inundan con informes,
estudios y noticias que nos cuentan lo buena que es la leche
asturiana. Y nos lo dicen a nosotros, que llevamos tanto tiempo
catándola, tanto en el sentido de ordeñar las vacas, como en el de
beberla y saborearla. Si hace años les hubiesen preguntado a los
ganaderos qué daban de comer a sus vacas y cómo las trataban, era
fácil deducir que tenían que dar buena leche. No se necesitaba
ningún informe técnico. Pero como vivimos a base de informes, el de
la leche, que nos es favorable, nos llegó un poco tarde, pero llegó.
Por lo visto, hasta ahora había uno desfavorable y la gente dejó de
tomar leche.
Me crié con leche de vaca ratina, que
se utilizaba para tiro, pero también daba algo de leche. Conservo un
talón del mes de diciembre de 1960 en el que mi padre entregó a la
fábrica de Arias 642 litros de leche y se la pagaron a 3,50 pesetas
litro, con lo que cobró 2.247 pesetas, que equivalen a unos 505
euros actuales. ¡Ya quisieran los ganaderos de hoy cobrar ese precio
por litro!
Por esas fechas también me tocó tomar
la leche en polvo que nos daban en la escuela como suplemento
alimenticio, creo que venía de un fondo de Unicef que trataba de
ayudar a niños desnutridos. Después de desayunar en casa un tazón
de chocolate de Manolina, con leche de primera, en la escuela,
a media mañana, nos obligaban a tomar un vaso de leche en polvo
diluida en el agua que habíamos ido a buscar a la fuente de La
Vallina, en La Quintana. Era vomitivo, pero no quedaba más
remedio que tragarlo para no ser descorteses con la ayuda humanitaria
internacional.
Más tarde, cuando se retiraron los
carros y los arados romanos, las ganaderías fueron incorporando
vacas frisonas y Asturias se convirtió en una potencia lechera. Y
sabíamos que producíamos leche de primera, pero entre los políticos
de la Unión Europea que se ahogan en un vaso de leche, y los de
aquí, que estaban a su menester, fueron borrando las explotaciones
de un plumazo y hoy, en cada pueblo sobran dedos de una mano para
contar las ganaderías de leche. (En Asturias son unas 2.000 y
algunas apenas sacan para gastos, con un precio base de 0,27 céntimos
litro, tanto para la buena, como para la menos buena). Con la
desaparición de las explotaciones lácteas se fue incrementando el
despoblamiento del medio rural. Y algunos de los protagonistas de
este desatino claman hoy por repoblar los pueblos. Primero fueron
verdugos y ahora van de salvadores de la patria.
Sabíamos que teníamos unos pastos de
primera, vacas de primera y por tanto tendría que producir leche
buena, pero no se primaba la calidad, sino la cantidad. Ahí metieron
a los ganaderos en la lucha por las cuotas. Los abocaron a ampliar
explotaciones, a realizar grandes inversiones y, al final, los dejan
abandonados a su suerte. Salen adelante gente con mucha vocación,
amplia formación y un fuerte capital para poder hacer frente a la
guerra comercial. En algún supermercado se vendía el litro de leche
más barato que el precio que se paga en origen al ganadero. No se
sabe bien cómo hacían el milagro.
¡Buen camino!
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