Isolina Cueli
En Florencia hay una escultura de
bronce que reproduce un jabalí y que es la atracción de los
turistas que visitan el Mercado Nuevo. Se la conoce como la fuente de
El Porcellino. La gracia está en frotar el hocico del jabalí
al que los supersticiosos le atribuyen cualidades sobrenaturales. No
pude comprobar este extremo, pero sí vi que en la Toscana italiana
el jabalí cuenta mucho en su gastronomía, en su chacinería y en su
cultura.
"El jabalí no tiene pasaporte, es
libre", me decía un charcutero cuando le pregunté si los
jabalíes se criaban en cautividad, mientras ojeaba la mercancía de
su tienda en Siena, en la que no faltaba la cabeza disecada a la
puerta.
Creo que no estaría mal que una
delegación asturiana visitase la Toscana para aprender el valor
añadido que se le saca al jabalí, uno de los animales preferidos
para sus numerosos platos de carne salvaje. En noviembre y diciembre
tienen al menos dos festivales del jabalí.
Los italianos también están
desesperados con los daños que les causan los suidos en los viñedos,
a pesar de los pastores eléctricos y las vallas de protección, pero
después de muchas denuncias, con las que intentan salvar la
producción del chianti, su vino de cabecera, han conseguido que el
Gobierno regional apruebe varias medidas para reducir a más de la
mitad la población de ciervos y jabalíes. De los 400.000 que se
estima campan a sus anchas por la Toscana pretenden bajar a 150.000.
Mi prima Macri, gran amante de los
animales, ya habría dado un grito sólo con pensar que en Italia
quieren matar más de 200.000 jabalíes y ciervos.
Desde que tuve uso de razón viví la
matanza del cerdo en Priesca. Se contemplaba como algo natural y de
supervivencia, porque ese cerdo nos daba mucha comida, tanto en
carne, como en embutidos. Sólo fui consciente del dolor que
causábamos, cuando en mi casa se empezaron a criar y matar dos
cerdos. Era muy duro ver la reacción del segundo cuando esperaba su
turno y escuchaba los rugidos de muerte del primero. Cuando lo iban a
buscar a él, lloraba como lo haría un humano. Sabía muy bien lo
que le esperaba. Ahí tomé conciencia de lo que hacíamos con
aquellos animales que, curiosamente, habíamos criado con tanto
esmero durante un año.
También sé que hay muchos
agricultores y ganaderos que cultivan con esmero sus cosechas y en
una noche se la lleva por delante una piara de jabalíes.
El año pasado me salió uno al paso en
la carretera y lo atropellé. A pesar de que era de noche y venía
tráfico en ambas direcciones aguanté el golpe sin consecuencias
graves, pero no todo el mundo tiene la misma suerte.
Me viene a la memoria una imagen de los
años sesenta: el pellejo de vino de Castilla, propio de los bares
y de algunas casas, no era más que la piel de un jabalí.
Es necesario un equilibrio y la clave
está en encontrarlo, por el bien de todos. Hasta hace unos años, el
jabalí vivía salvaje en la naturaleza y al ser nocturno apenas
coincidía con los humanos. Tenía suficiente comida en la montaña y
no necesitaba bajar a los valles ni a las zonas pobladas. Ahora los
vemos por todas partes, bien porque no tienen comida en su hábitat,
o porque como son tantos, no alcanza para todos y se buscan la vida
como pueden.
Aquí, igual que en la Toscana, los
protegemos y controlamos su caza, sin tener en cuenta su capacidad
reproductora y como son más listos que nosotros, nos ganaron la
partida.
¡Buen camino!
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