miércoles, 7 de diciembre de 2016

El porcellino de La Toscana

Isolina Cueli
En Florencia hay una escultura de bronce que reproduce un jabalí y que es la atracción de los turistas que visitan el Mercado Nuevo. Se la conoce como la fuente de El Porcellino. La gracia está en frotar el hocico del jabalí al que los supersticiosos le atribuyen cualidades sobrenaturales. No pude comprobar este extremo, pero sí vi que en la Toscana italiana el jabalí cuenta mucho en su gastronomía, en su chacinería y en su cultura.
"El jabalí no tiene pasaporte, es libre", me decía un charcutero cuando le pregunté si los jabalíes se criaban en cautividad, mientras ojeaba la mercancía de su tienda en Siena, en la que no faltaba la cabeza disecada a la puerta.
Creo que no estaría mal que una delegación asturiana visitase la Toscana para aprender el valor añadido que se le saca al jabalí, uno de los animales preferidos para sus numerosos platos de carne salvaje. En noviembre y diciembre tienen al menos dos festivales del jabalí.
Los italianos también están desesperados con los daños que les causan los suidos en los viñedos, a pesar de los pastores eléctricos y las vallas de protección, pero después de muchas denuncias, con las que intentan salvar la producción del chianti, su vino de cabecera, han conseguido que el Gobierno regional apruebe varias medidas para reducir a más de la mitad la población de ciervos y jabalíes. De los 400.000 que se estima campan a sus anchas por la Toscana pretenden bajar a 150.000.
Mi prima Macri, gran amante de los animales, ya habría dado un grito sólo con pensar que en Italia quieren matar más de 200.000 jabalíes y ciervos.
Desde que tuve uso de razón viví la matanza del cerdo en Priesca. Se contemplaba como algo natural y de supervivencia, porque ese cerdo nos daba mucha comida, tanto en carne, como en embutidos. Sólo fui consciente del dolor que causábamos, cuando en mi casa se empezaron a criar y matar dos cerdos. Era muy duro ver la reacción del segundo cuando esperaba su turno y escuchaba los rugidos de muerte del primero. Cuando lo iban a buscar a él, lloraba como lo haría un humano. Sabía muy bien lo que le esperaba. Ahí tomé conciencia de lo que hacíamos con aquellos animales que, curiosamente, habíamos criado con tanto esmero durante un año.
También sé que hay muchos agricultores y ganaderos que cultivan con esmero sus cosechas y en una noche se la lleva por delante una piara de jabalíes.
El año pasado me salió uno al paso en la carretera y lo atropellé. A pesar de que era de noche y venía tráfico en ambas direcciones aguanté el golpe sin consecuencias graves, pero no todo el mundo tiene la misma suerte.
Me viene a la memoria una imagen de los años sesenta: el pellejo de vino de Castilla, propio de los bares y de algunas casas, no era más que la piel de un jabalí.
Es necesario un equilibrio y la clave está en encontrarlo, por el bien de todos. Hasta hace unos años, el jabalí vivía salvaje en la naturaleza y al ser nocturno apenas coincidía con los humanos. Tenía suficiente comida en la montaña y no necesitaba bajar a los valles ni a las zonas pobladas. Ahora los vemos por todas partes, bien porque no tienen comida en su hábitat, o porque como son tantos, no alcanza para todos y se buscan la vida como pueden.
Aquí, igual que en la Toscana, los protegemos y controlamos su caza, sin tener en cuenta su capacidad reproductora y como son más listos que nosotros, nos ganaron la partida.
¡Buen camino!

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