Estos días pude asistir en Oviedo a un plenario de la Asamblea General de Naciones Unidas. En realidad, era un ensayo con todo, realizado por alumnos de la Universidad de Oviedo, en su mayoría pertenecientes a la Facultad de Derecho. Un trabajo que merece el aplauso por la profesionalidad que demostraron, a pesar de su juventud.
Se lo tomaron como verdaderos expertos en la diplomacia internacional e impresionaba escuchar cómo defendían sus posturas, en nombre del país que les tocó representar.
Era un simulacro de Asamblea General, pero un simulacro tan logrado que no dudaron en divagar, en rizar el rizo, en decir obviedades, en repetir artículos vacíos de contenido, hasta el punto que el representante de Rusia, -un cándido estudiante de Asturias-, pidió la palabra para llamar la atención del hemiciclo y pedir a sus colegas que se centrasen en la cuestión, que en aquel momento era la libre determinación de los pueblos.
Son estudiantes de Derecho o de Economía, pero gracias a la preparación de este trabajo ya se habrán dado cuenta de lo que les espera en el futuro profesional. Que las cosas no son como parecen. Que las leyes, según para quien, no están para cumplirlas y que los artículos, por muy bien redactados que estén, siempre tienen una rendija por la que se cuelan los oportunistas y los que viven muy bien fuera de la Ley y no están dispuestos a perder un ápice de su calidad de vida.
Los estudiantes, disfrazados de viejos diplomáticos, intentaban encontrar la fórmula de la coherencia, del sentido común, de acuerdo con sus cánones de juventud, pero allí, metidos en el papel de los diplomáticos no se podía vislumbrar una salida razonable a los problemas.
Si Naciones Unidas sirviese para algo, en cincuenta años ya podrían haber ofrecido una solución a Palestina; o, en treinta años ya tuvieron tiempo de arreglar el problema del Sahara, por poner sólo dos ejemplos no muy lejanos en el tiempo y el espacio. Porque hablar de los objetivos de la ONU de acabar con la pobreza o el hambre, ya da risa.
Para colmo de todos los males, los estudiantes utilizaron las instalaciones del Parlamento asturiano, con el fin de darle más realismo a su trabajo sobre Naciones Unidas. Allí coincidieron los aprendices de leyes con los catedráticos en crear leyes y trampas. Porque ¿qué es sino una trampa la transparencia de la que alardean los miembros del Gobierno del Principado?. Yo no quiero saber lo que ganan, porque nunca me van a decir la verdad. Yo quiero saber en qué gastan todo el dinero que recaudan. Ahí está la transparencia. ¿Por qué no hacen una relación de gastos?. Saldría una lista muy, muy larga y estoy segura que, por lo menos, la mitad, sería susceptible de recortes, y sin necesidad de tocar un euro de Sanidad y Educación. Pero esa lista no se atreven a enseñarla con la transparencia de la que hablan. Sería demasiado patético ver cómo tiran el dinero en tonterías y lo ahorran en partidas de primera necesidad.
Un proverbio chino dice que vale más una buena crítica que mil elogios. Aquí haremos crítica constructiva para dar voz a los que no pueden hacerse oír en la Aldea Global de la que formamos parte y que, curiosamente, nos satura de información. Un ruido que nos aturde y nos impide distinguir el grano de la paja; la cordura de la herejía. Dedicado a Mariano José de Larra(1809-1837), autor del grito: ¡Escribir en España es llorar! y a quienes pensaron lo mismo, pero no se atrevieron a decirlo.
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