miércoles, 25 de abril de 2012

Las injusticias del bachiller

La entrevista, por entregas, de La Nueva España al profesor y escritor Francisco García Pérez me retrotrajo a mis años de estudiante, interna en colegio de monjas. Después de cuarenta años de aquella experiencia, nunca superé el trauma carcelario. Hasta el punto que cuando se celebraron los 25 años de la liberación, las compañeras organizaron un encuentro. Mi primera reacción fue de rechazo. No quería revivir aquello por nada del mundo. Al final acepté en un intento de curar esa herida, pero no sirvió de nada. No consigo olvidar -aunque las haya perdonado hace tiempo- las injusticias que cometían con la gente.Yo siempre despotriqué contra la enseñanza que me dieron, con el trato recibido, pero casi nunca tuve la misma respuesta de mis compañeras, que sí guardan buenos recuerdos.
Pero con la entrevista de Francisco García me vi completamente reflejada, utiliza las mismas palabras que digo yo cada vez que tengo oportunidad.
A una pregunta de Javier Cuervo sobre su primera crisis religiosa, Francisco García dice lo siguiente: "Fue en el bachiller superior me desvinculé de ese club de la vulgaridad de los escolapios cazurros del Colegio de Loyola. No me parecían seres espirituales, sino funcionarios de la religión, gente con un fondo de maldad, que pegaban, que insultaban, que eran muy injustos, premiaban a los ricos y jodían a los pobres. Empecé a sentir rencor social porque daban el premio a Juan García Morán, porque era fíu de Morán, y no a García Pérez, porque era fíu de obrerete. Alfonso y Rufino Orejas ganaban todos los concursos por manipulación descarada".
Por mi parte, al cabo de cuarenta años pude desentrañar la maniobra que me hicieron para birlarme la posibilidad de presentarme al concurso de redacción de Coca-Cola, una de las pocas oportunidades que había de medirse en esa materia. El año pasado se lo contaba, por enésima vez, a mi prima Lety, que iba al mismo curso. Le decía que estaba segura que era yo la persona que había hecho la mejor redacción del curso, pero como yo no era santo de devoción de las monjas -no era hija de.., ni les hacía la pelota- eligieron a otra alumna. Mi prima no daba crédito a mis sospechas. Al cabo de unos meses se lo comentó a una amiga suya y, curiosamente, fue ella la que me sacó de dudas. La cosa había sido más complicada de lo que yo imaginaba, pues la alumna elegida para competir en el concurso no lo hizo con su redacción, sino que las monjas le adjudicaron la que había hecho la amiga de mi prima, que tenía 16 años y no se podía presentar por superar las edad de 14.
La lista de reproches sería muy larga y, a estas alturas de la vida, ya no merece la pena ni verbalizarlos, pero sí es bueno que conste, porque esas injusticias se cometieron con niños y niñas, a los que provocaron muchos sinsabores. !Menos mal que, a pesar de sus zancadillas, pudimos salir adelante¡.
Sólo me queda decirles, !que su Dios los perdone¡

1 comentario:

teveoenmadrid dijo...

Ya echaba de menos que nunca hubieras escrito lo que te produjo, y te sigue produciendo, tu experiencia en el internado. Creo que te vendrá bien haberlo contado. Sabes que te entiendo, pero que, por el contrario, mi experiencia del internado la recuerdo con mucho cariño y guardo un recuerdo estupendo, incluso después de habernos limpiado, mis amigas y yo, el colegio entero por habernos despedido del internado haciendo gamberradas toda una noche. Nunca supieron que habíamos sido nosotras, pero castigaron a otras y confesamos.