martes, 14 de febrero de 2012

No somos iguales, todavia hay clases

Siempre supe y tuve muy claro que no todos somos iguales, y mucho menos ante la justicia, aunque nos quieran maquilar la realidad. Recuerdo que mi madre me contaba el caso de su abuelo paterno, que tuvo un pleito con un cacique de la época, finales del siglo XIX, principios del XX, y lo perdió. De poco le sirvió tener la razón, de poco las caminatas a Oviedo (50 kilómetros) y los pares de alpargatas desgastados. De poco le sirvió que el sátrapa se hubiese arrepentido en el lecho de muerte, porque nunca recuperó lo que le quitaron ilegalmente, gracias a una apañada sentencia judicial.
Yo misma recuerdo cómo hace cincuenta años en Priesca (Villaviciosa) teníamos las carreteras hechas un desastre, pero en verano se bacheaban y se desbrozaban justo el tramo hasta la casa en la que veraneaba un preboste de la época, que venía en coche con banderín, que dicho sea de paso, imponía un poco.
A lo largo de mi vida pude ratificar las primera impresiones de que no todos somos iguales. Lo sufrí de muy joven en los colegios, con monjas clasistas (porque diferenciaban entre niñas ricas y y menos ricas), injustas (porque no medían a todo el mundo por el mismo rasero) y tramposas (porque, con conocimiento de causa, nos ponían profesores que no estaban cualificados para las asignaturas que impartían).
Por esto, y por mucho más, me llama la atención que haya gente que, a éstas alturas, se sorprenda de que no todos somos iguales. 
Lo dijo ésta semana muy claro la portavoz del Consejo General del Poder Judicial que no todas las causas eran iguales porque no todos los encausados son iguales. Y se lo escuché al ex presidente de Baleares, Jaume Matas, que dijo sin titubear que él no hablaba con todo el mundo que se lo pedía: a los poderosos los recibía sin pestañear y si le pedían millones de euros se los daba sin rechistar, con los demás, se lo pensaba dos veces.
Hoy mismo, la policía judicial francesa hizo un registro en París, en la casa del hijo del presidente de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang Nguema, para aclarar un presunto fraude. Pues les costó mucho trabajo entrar en el inmueble del barrio más noble de la capital francesa, porque intentaban acogerse a la inmunidad diplomática.
Ninguno de éstos casos habría tenido el mismo recorrido si el protagonista hubiese sido Juan Pueblo, osea cualquiera de nosotros, de los de a pie de calle.
Pues eso, como diría María Jiménez: que no somos iguales, dice la gente, que tú eres un canalla y que yo soy decente.............

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿pero de dónde se saca la gente que todos somos iguales? eso es un sueño y punto

berta dijo...

Muy buena tu entrada, Isolina (aunque te dé vergüenza que te halaguen). Yo también empecé a entender las diferencias de ser hija de un minero (servidora) y la del médico de la villa conl os comportamientos clasistas de alguna monjita... Mis posteriores experiencias, hasta el día de hoy, tampoco me ayudaron a cambiar de idea. Y ya que tanto nos gustan las citas,me despido con una: "En lo que parecemos, todos tenemos un juez; en lo que somos,nadie nos juzga..." Fiedrich Shiller