Esta tarde fueron incinerados en Sama (Langreo) los restos mortales de Isidro Castro, de 96 años, posiblemente el militante socialista más veterano de Asturias (afiliado en el año 1933), pero los socialistas asturianos estaban tan ocupados en otras cosas, que ni se enteraron del óbito.
Como no soy militante de nada, y menos de un partido político, me cuesta trabajo entender a la gente que puede llegar a dar la vida por una causa, cuando no hay ninguna causa que se lo merezca. Pero Isidro Castro, Oficial de la República y maestro Industrial, puso en peligro su vida por la causa socialista. Estuvo en la cárcel de la postguerra por defender unos ideales; vivió cerca de la clandestinidad para ayudar a los fugáos; disfrutó la transición; todo ello sin hacerse notar, con la humildad de las personas que no esperan nada a cambio.
Estoy segura que el 99% de los socialistas de hoy no saben ni se interesaron en saber quien era éste nombre pequeño de estatura, pero con grandes convicciones, que hizo tanto para que ellos se luzcan ahora y se consideren los salvadores de la patria.
Por motivos que no vienen al caso, coincidí con la familia Castro hace una década. Digamos que conocí los últimos diez años de Isidro Castro, que en las últimas elecciones de mayo, cuando ya no podía ni levantarse de la cama, clamaba por ir a votar.
Suerte la suya, que nunca se sintió olvidado ni ninguneado por sus correligionarios, a pesar de que lo estaba. Es toda una institución del socialismo asturiano, pero como tuvo la suerte de vivir para contarlo, no entró en la sala de retratos de los históricos de la causa.
Por muchas fundaciones que se inventen los actuales gobernantes para retirarse en sus jubilaciones, nunca llegarán a la talla de hombres y mujeres como Isidro Castro o su esposa Luisa Palacio que también luchó en la misma línea.
!Hasta siempre¡
Un proverbio chino dice que vale más una buena crítica que mil elogios. Aquí haremos crítica constructiva para dar voz a los que no pueden hacerse oír en la Aldea Global de la que formamos parte y que, curiosamente, nos satura de información. Un ruido que nos aturde y nos impide distinguir el grano de la paja; la cordura de la herejía. Dedicado a Mariano José de Larra(1809-1837), autor del grito: ¡Escribir en España es llorar! y a quienes pensaron lo mismo, pero no se atrevieron a decirlo.
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