domingo, 21 de agosto de 2011

Curar la infelicidad y el envejecimiento

El pasado viernes tuve que acudir como acompañante a una consulta de Neurología. La experiencia fue dura.
Nos recibe una médico que nos invita a sentarnos, pero sin levantar la vista de la pantalla del ordenador.
Mientras esperábamos que nos hiciese caso tuve tiempo para leer un cartel, en letras de cuerpo cuarenta, por lo menos, que estaba pegado en un tablón, justo detrás del puesto de la facultativa y que decía lo siguiente:  
En ésta consulta no se 
cura el envejecimiento,
ni la infelicidad.
Qué pena que en una consulta médica se parta de unas premisas tan alejadas del Código Hipocrático. Desde el momento que ya no se cura algo es que fallan los cimientos. Si lo fácil sería curar esos dos males del alma, y, curándolos se sanarían muchos otros males del cuerpo. Lo malo es que a algunos médicos sólo les interesan las enfermedades físicas.
Don Luis Fernández-Vega, ofatalmólogo, tenía un medicamento al que le adjudicaba cualidades milagrosas. Se llamaba el CICACOA y no era otra cosa que una mezcla de Ciencia, Cariño, Comprensión y Ánimo. 
Y yo me atrevería a decir que ¡pobre de la Facultad de Medicina! que no enseñe a aplicar ése medicamento mágico. Es sabido que muchas enfermedades se curan con cinco minutos de atención; con una palmada en la espalda o con una palabra de ánimo. Pero para hacer eso, además de tiempo, hay que tener la predisposición y el amor a los que llegan a la consulta. Los burócratas nunca podrán curar lo que no se ve, aunque sea muy evidente, ni intuir lo que no se dice, aunque sea un clamor. No verán más allá de sus narices, o mejor, de su pantalla de ordenador.
Creo que se nos van por las alcantarillas de la Selectividad muchos médicos y médicas de vocación que, posiblemente no lleguen a ésa nota fatídica que piden para entrar en Medicina y se queden con las ganas de ejercer una profesión vocacional. Se quedarán en el camino, se irán por otros derroteros, pero seguro que a ellos nunca se les ocurriría decir a nadie que no les curan, y mucho menos el envejecimiento y la infelicidad. 
¡Qué miedo y qué pena!



1 comentario:

Anónimo dijo...

ay, cuanta verdad en lo que dices!!!