No me puedo creer que el Gobierno haya cambiado otra vez el límite de velocidad en la carretera: ahora ya podemos ir a 120. Iba a decir que nos tratan como a niños, pero no, con los niños no se atreverían, nos tratan como si fuésemos tontos. Tan absurdo fue bajarlo a 110 hace tres meses, como volver a subirlo ahora.
¿A qué juegan? Da la sensación que están probando nuestra capacidad de aguante y nuestra sumisión. Si tragamos esto: ahora haces esto y después lo contrario, ya lo tragamos todo.
Es imposible que alguien (llámese Alfredo, o Rubalcaba) tenga argumentos para decir en marzo que había que bajar el límite de velocidad y, pasado un trimestre, decir todo lo contrario. Qué cambió desde entonces?. Pues nada. Seguimos con la gasolina por las nubes, con las mismas carreteras y los mismos coches. Tampoco me creo que se haya ahorrado gasolina, lo que pasó, es que la gente usa menos el coche, precisamente porque está muy caro el combustible. Ayer, una persona que estaba delante de mí en la gasolinera pagó por el repostaje 6,50 euros, que debe ser poco más de cuatro litros.
También me niego a pensar que estos bandazos se deban a motivos electorales. ¿Pero no quedamos que las medidas se tomaban por el bien del país? Pues con estos cambios tan absurdos se demuestra que el país es lo de menos. Lo que pasa es que no acabo de ver qué es lo de más.
Hace tiempo que me di cuenta que en el momento que la aguja pasa de 100 km/h se dispara el consumo y, como no soy tan tonta, pues procuro economizar. Pero claro, cuando tengo prisa, las prioridades son otras, y no miro el consumo, sino el tiempo, y piso el acelerador a discreción. Y para ninguna de las dos cosas (ir despacio, o ir rápido) necesito al papá Estado que me diga lo que tengo que hacer.
Así que sólo me queda decirles, ¡que nos dejen en paz!, que ya somos mayores para saber lo que tenemos que hacer y, por supuesto, que no somos tontos.
Un proverbio chino dice que vale más una buena crítica que mil elogios. Aquí haremos crítica constructiva para dar voz a los que no pueden hacerse oír en la Aldea Global de la que formamos parte y que, curiosamente, nos satura de información. Un ruido que nos aturde y nos impide distinguir el grano de la paja; la cordura de la herejía. Dedicado a Mariano José de Larra(1809-1837), autor del grito: ¡Escribir en España es llorar! y a quienes pensaron lo mismo, pero no se atrevieron a decirlo.
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