Después de una larga travesía del desierto informativo, y nunca mejor dicho, Gadafi resucitó poco menos que como el salvador de Occidente, de esos países ricos que no tenían petróleo, pero sí dólares para comprarlo. A partir de ese momento, demócratas del primer mundo, y sátrapas de otros mundos, le rendían pleitesía en sus palacios o en su jaima. Las hemerotecas están llenas de reportajes gráficos que dan náuseas y vergüenza.
Una locura que deslumbró a los demócratas que le recibían con los brazos abiertos, convencidos de que el loco era tonto y les daría petróleo a chorros, pero muy al contrario de lo que parecía, se estaba aprovechando de ellos y rentabilizando la oportunidad que le daban de lavar su imagen al tratarlo como un igual.
Tuvieron que ser los libios, los que sufrieron su férrea dictadura, quienes le coloquen en su sitio en la historia, ya que trataba de perpetuarse en la figura de su hijo, creando una dinastía. Es la lección de las nuevas revoluciones, las del siglo XXI, que no estaban contempladas en ningún manual, ni libro de historia, y que acaban de editar a marchar forzadas las víctimas de la tiranía ejercida durante de cuatro décadas..
Es curioso que la agenda de nuestros dirigentes les haya jugado una mala pasada y hoy tengamos al Rey en Kuwait y al presidente del Gobierno en Qatar y los Emiratos Árabes. Imagino que sería de muy mala educación cancelar los viajes, pero un oportunismo carroñero puede pasarnos factura.
El petróleo manchado de sangre tiene muy mala combustión.
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