Isolina Cueli
Acabamos de presenciar la formación
del nuevo gobierno de España y las elecciones en Estados Unidos y
Nicaragua, dos países que no nos son ajenos. Tres casos distintos y
distantes: el de España se declara de derechas y quiere aparentar de
centro, o al revés; el de USA es un republicano de derechas y actúa
como de extrema derecha y el nicaragüense se le supone de
izquierdas, con políticas de derechas. En los tres hay un poso común
de insatisfacción, incertidumbre, derroche y populismo. ¡Vanitas
vanitatis!
Sí cambian las formas. Los americanos
aún las mantienen, a juzgar por las palabras del presidente Obama en
el momento de recibir en la Casa Blanca a Donald Trump que será
nuevo presidente en enero: "quiero decirle, señor presidente
electo, que ahora vamos a hacer todo lo que podamos para ayudarle a
tener éxito, porque si usted tiene éxito, el país tendrá éxito".
No sé lo que durará esa aparente
entente cordial, pero es una frase para enmarcar y para enseñársela
en España a muchos aspirantes a demócratas y a políticos. Aquí,
nada más formarse el último Gobierno, la mayoría ya lo quieren
enterrar, no le dan un año de vida y sueñan con otras elecciones,
sin pararse a pensar que si fracasa el Gobierno, fracasamos todos y
si triunfa, triunfamos todos.
Al presidente americano le deseo que
triunfe, no sólo por el bien de su país, sino de todo el mundo. Si
es coherente y hace todo lo que dijo, echémonos a temblar. Aunque
es posible que, una vez sentado en su despacho, recapacite los
improperios misóginos y racistas de su campaña electoral, se
desdiga de todo el odio que sembró y nos de una lección de
sensatez.
Me sorprendo a mi misma
dándole un voto de confianza a Donald Trump, un personaje que mostró
muy poco respeto por la rival y por las personas en general.
Y pra sorpresa, la que nos
brinda estos días el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, un
sandinista reconvertido, que se deshizo de la oposición en su país
y entre otras ocurrencias está tentado en darles licencia a
empresarios chinos para que construyan otro canal que compita con el
de Panamá, como atajo para el tráfico marítimo entre el Pacífico
y el Atlántico. Vendría a ser el canal bolivariano, pero no creo
que los chinos se gasten su dinero con ese concepto comercial.
En el año 1998 por estas
fechas viajé a Nicaragua para hacer un reportaje con motivo del
vigésimo aniversario de la muerte, el 11 de diciembre de 1978, del
misionero asturiano Gaspar García Laviana, que se sumó a la causa
sandinista cuando vio que desde el púlpito no podía hacer nada para
acabar con las injusticias de la dictadura de Somoza.
No sé qué diría hoy
Gaspar García Laviana si viese cómo gobierna Nicaragua su compañero
de armas Daniel Ortega, instalado en el poder absoluto y muy lejos de
la causa sandinista, hasta el punto que acaba de nombrar
vicepresidenta a su esposa, al más puro estilo somozista. En
realidad, sí sé lo que diría Gaspar y lo que pensaría, y lo saben
las gentes sencillas de Rivas y Tola, los pueblos en los que el
misionero-guerrillero aún sigue presente, a pesar de los 38 años de
ausencia.
En este esbozo de tres
formas de Gobierno y de gobernantes el denominador común es la
demagogia con la que los políticos nos camelan a los votantes. Saben
que nos venden motos sin ruedas, pero nos las pintan tan reales, que
bnos parece que vamos a rodar y rodar.
Es grave que esas motos
trucadas que nos ofrecen los políticos no se desenmascaren desde los
medios de comunicación. Al contrario, tanto prensa, como radio o TV,
se encargan de darles una pátina de veracidad a tales fantasías y
entre unos y otros conseguimos que Juan Pueblo trague con todo
y llegue a creer que alguien le va a quitar el dinero a los ricos
para dárselo a los pobres, o, como el caso del multimillonario
Donald Trump, que nos va a dar las claves de su éxito en los
negocios para que todos nos convirtamos en magnates, sin pestañear.
¡Buen camino!
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