Isolina Cueli
Los escenarios del anuncio de la
Lotería de Navidad de este año pertenecen a Villaviciosa y ya
despertaron la curiosidad de los viajeros y de los supersticiosos,
que vienen en procesión a comprar lotería a la Villa, con la
esperanza de que se produzca el milagro y les toque el Gordo. Y justo
por esas visitas masivas de incautos que aún creen en los Reyes
Magos, a quien le tocó el Gordo es a la propia Villaviciosa, a sus
comercios y establecimientos de hostelería, que bien necesitan un
empujón para aumentar sus ventas. Me alegro por ellos y por
Villaviciosa, que este año aparecerá en dos anuncios en estas
fechas tan comerciales: imagino que no fallará el clásico de Sidra
El Gaitero y el de la Lotería de Navidad. Una publicidad que no se
pagaría con los presupuestos municipales de varias décadas.
Enhorabuena a quien haya conseguido ese protagonismo para
Villaviciosa. Supongo que habrá sido alguien de la Villa que se
encontraba en el sitio adecuado en el momento adecuado y apostó por
su pueblo.
Quien más y quien menos, organizó
alguna vez una lotería y todo el mundo debería de saber que es una
forma muy rápida de conseguir dinero. En este caso, es el Estado el
que nos trata de convencer que comprando el décimo de lotería que
nunca nos va a tocar seremos más felices, pues podremos demostrar
nuestra empatía con los que saltan, gritan y descorchan botellas de
sidra para festejar el premio y, de paso, consolarnos con mantener la
salud.
La Loteria tal como la conocemos hoy se
puso en marcha en el reinado de Carlos III (1759-1788), en concreto
en el año 1763. Huelga decir que hace 253 años el monarca y su
Gobierno necesitaban dinero y a alguien se le ocurrió -creo que fue
el marqués de Esquilache- copiar el juego que ya existía en Italia
y que consistía en vender muchas participaciones, a precios muy
asequibles a cambio de un premio sustancioso. Ni qué decir tiene que
la mayor parte del dinero se quedaba en manos del organizador, en
este caso el Estado, igual que ahora. Sino, cuantas veces escuchamos
que tal o cual premio no se vendió. Parece que si no se vendió no
tocó a nadie. Pues si, le tocó al Estado, que sería lo mismo que
decir que nos tocó a todos, porque ese dinero que no sale de las
arcas públicas tendría que invertirse en servicios a la comunidad.
Cómo se financian los viajes de
estudios y muchas otras historias, cuyas papeletas nos venden o
compramos por compromiso, aunque alguna vez suena la flauta y por un
euro nos devuelven mil. Es el caso de los vecinos de Llames (Nava)
que hace años sí les sonó la flauta y algunos casi se hicieron
millonarios en euros.
Mucha gente compra de forma compulsiva
porque tiene miedo que toque a su vecino y ellos se queden sin nada.
Gente que llega al 22 de diciembre con cientos de euros invertidos en
papeletas que no pasarán de ahí, un papel que partirán en trozos
muy pequeños, por si se reencarna en otro número. Yo sé que no
saldré de pobre y tengo poca fe en los juegos de azar.
El colmo de la lotería son los
agraciados con el gordo que no saben administrar ese aumento de ceros
en su cuenta bancaria -sólo piensan en lucir coches de mucha
cilindrada- y en poco tiempo son más pobres que antes de tocarles el
premio.
Raquel, que viene todos los años a
visitarme desde su Extremadura natal, compra lotería en Villaviciosa
cada verano. Es ya un clásico, pero de momento, no hemos tenido
suerte. Bueno, nos queda el consuelo de que pueda volver al año
siguiente y repita el ritual.
¡Buen camino!