Isolina Cueli
Estaba en Londres la semana en la que fue elegido alcalde el laborista Sadiq Khan, abogado, musulmán, de 45 años, e hijo de emigrantes paquistaníes. Llegué el 3 de mayo y para practicar mi inglés, todos los días leía la prensa gratuita que reparten por la calle. En ningún momento vi alusiones a la campaña electoral, ni me salían al encuentro las caras de los candidatos, pegadas en las farolas, o en las paredes del metro. A efectos de una recién llegada como mi compañera de fatiga Nelsa Seijo, o como yo, allí no se veía ambiente electoral por ninguna parte.
Estaba en Londres la semana en la que fue elegido alcalde el laborista Sadiq Khan, abogado, musulmán, de 45 años, e hijo de emigrantes paquistaníes. Llegué el 3 de mayo y para practicar mi inglés, todos los días leía la prensa gratuita que reparten por la calle. En ningún momento vi alusiones a la campaña electoral, ni me salían al encuentro las caras de los candidatos, pegadas en las farolas, o en las paredes del metro. A efectos de una recién llegada como mi compañera de fatiga Nelsa Seijo, o como yo, allí no se veía ambiente electoral por ninguna parte.
El 6 por la mañana, día de las
votaciones mi amiga María José, me envió un mensaje desde Liñero
(Villaviciosa), para comentarme que estaba de elecciones de alcalde.
Era la primera noticia. Y si, efectivamente, había elecciones, pero
de otra manera.
En Londres, la campaña electoral
consiste en la información que el candidato envía a la casa de los
electores, con su programa y alusiones al de la competencia. Dan por
hecho que la gente sabe leer y tiene su propio criterio. Además,
evitan ensuciar las calles y ahorran dinero público. Como
contrapunto diré que votó menos de la mitad del censo y eso también
chirría.
Todo este preámbulo me viene a cuento
para contrastar lo vivido en Inglaterra con lo sufrido en España.
Aquí llevamos décadas en campaña electoral. Además de enviarnos
las papeletas a casa, con un resumen del programan, los políticos no
descansan ni los fines de semana, para suerte de los periodistas que
llenan minutos y páginas con tonterías, y para desgracia nuestra.
Se pasan el tiempo de mitin en mitin, a ver quien da más, cuando
saben que lo único que pueden hacer es limpiarnos más el bolsillo,
sino, ¿de dónde van a sacar el dinero? También saben que en el
caso de la tele o la radio, las palabras se las lleva el viento, y en
el periódico, el papel lo aguanta todo y por eso dicen los que les
apetece.
Marta Alicia Ivancovich, argentina de
visita en Asturias, estaba interesada en hablar conmigo de la
situación política en España y yo no sabía por donde empezar. No
tengo palabras para describir el callejón sin salida en el que
estamos por la ineptitud y la mezquindad de cuatro iluminados.
De acuerdo con mi consigna de espíritu
crítico, tendría que empezar por decir que somos los
ciudadanos, o la ciudadanía, como nos llaman los políticos, los
responsables del desatino. ¿Cómo es posible que en casi cuarenta
años de práctica democrática no hayamos aprendido a votar? No sé
quién nos tendrá que decir que hay que ser prácticos, que las
ideologías -aquello de derecha/izquierda- ya no existen por mucho
que nos digan que sí, que el romanticismo se acabó en el siglo
XIX. Tenemos que pensar qué nos conviene a nosotros, no a los
políticos.
Reconozco que cuando era joven votaba
con el corazón, pero hace tiempo que voto con la cabeza. Voté por
ideología; por confianza en la persona que encabezaba la lista; por
aburrimiento. Hasta voté con la nariz tapada por aquello del
pragmatismo. Y confieso que en una ocasión no voté. Mi voto nunca
estuvo prisionero de nada ni de nadie. Tampoco es que vaya con los de
la feria y venga con los del mercado, eso es grave. Tengo criterio,
sentido común y la mayoría de edad suficiente para saber quien me
engaña con mensajes que no va a poder cumplir.
A los políticos les interesamos
ciudadanos analfabetos y sin espíritu crítico. Y casi lo consiguen.
No hay más que ver las programaciones en las televisiones, que están
ahí en las casas, como una matraca, inoculando en la gente grandes
dosis de ignorancia y desasosiego, en especial las tertulias
políticas, que son la mayoría.
Y, por todo lo dicho, para concluir, si
usted estimado lector o estimada lectora, tuvo la paciencia de
llegar aquí, quede claro que no pido el voto ni a favor ni en contra
de nadie. Yo, como los británicos, doy por hecho que todos sabemos
leer, escuchar y decidir.
(PD. Si usted quiere votar en secreto,
al menos para el Senado, coja las papeletas en el Colegio Electoral.
Cada partido tiene una tintada distinta del color sepia para los
sobres y papeletas y si usted lo lleva de su casa, más de uno sabrá,
de antemano, a quien está votando.)
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