miércoles, 22 de junio de 2016

Hartos de campaña electoral

Isolina Cueli
Estaba en Londres la semana en la que fue elegido alcalde el laborista Sadiq Khan, abogado, musulmán, de 45 años, e hijo de emigrantes paquistaníes. Llegué el 3 de mayo y para practicar mi inglés, todos los días leía la prensa gratuita que reparten por la calle. En ningún momento vi alusiones a la campaña electoral, ni me salían al encuentro las caras de los candidatos, pegadas en las farolas, o en las paredes del metro. A efectos de una recién llegada como mi compañera de fatiga Nelsa Seijo, o como yo, allí no se veía ambiente electoral por ninguna parte.
El 6 por la mañana, día de las votaciones mi amiga María José, me envió un mensaje desde Liñero (Villaviciosa), para comentarme que estaba de elecciones de alcalde. Era la primera noticia. Y si, efectivamente, había elecciones, pero de otra manera.
En Londres, la campaña electoral consiste en la información que el candidato envía a la casa de los electores, con su programa y alusiones al de la competencia. Dan por hecho que la gente sabe leer y tiene su propio criterio. Además, evitan ensuciar las calles y ahorran dinero público. Como contrapunto diré que votó menos de la mitad del censo y eso también chirría.

Todo este preámbulo me viene a cuento para contrastar lo vivido en Inglaterra con lo sufrido en España. Aquí llevamos décadas en campaña electoral. Además de enviarnos las papeletas a casa, con un resumen del programan, los políticos no descansan ni los fines de semana, para suerte de los periodistas que llenan minutos y páginas con tonterías, y para desgracia nuestra. Se pasan el tiempo de mitin en mitin, a ver quien da más, cuando saben que lo único que pueden hacer es limpiarnos más el bolsillo, sino, ¿de dónde van a sacar el dinero? También saben que en el caso de la tele o la radio, las palabras se las lleva el viento, y en el periódico, el papel lo aguanta todo y por eso dicen los que les apetece.
Marta Alicia Ivancovich, argentina de visita en Asturias, estaba interesada en hablar conmigo de la situación política en España y yo no sabía por donde empezar. No tengo palabras para describir el callejón sin salida en el que estamos por la ineptitud y la mezquindad de cuatro iluminados.
De acuerdo con mi consigna de espíritu crítico, tendría que empezar por decir que somos los ciudadanos, o la ciudadanía, como nos llaman los políticos, los responsables del desatino. ¿Cómo es posible que en casi cuarenta años de práctica democrática no hayamos aprendido a votar? No sé quién nos tendrá que decir que hay que ser prácticos, que las ideologías -aquello de derecha/izquierda- ya no existen por mucho que nos digan que sí, que el romanticismo se acabó en el siglo XIX. Tenemos que pensar qué nos conviene a nosotros, no a los políticos.
Reconozco que cuando era joven votaba con el corazón, pero hace tiempo que voto con la cabeza. Voté por ideología; por confianza en la persona que encabezaba la lista; por aburrimiento. Hasta voté con la nariz tapada por aquello del pragmatismo. Y confieso que en una ocasión no voté. Mi voto nunca estuvo prisionero de nada ni de nadie. Tampoco es que vaya con los de la feria y venga con los del mercado, eso es grave. Tengo criterio, sentido común y la mayoría de edad suficiente para saber quien me engaña con mensajes que no va a poder cumplir.
A los políticos les interesamos ciudadanos analfabetos y sin espíritu crítico. Y casi lo consiguen. No hay más que ver las programaciones en las televisiones, que están ahí en las casas, como una matraca, inoculando en la gente grandes dosis de ignorancia y desasosiego, en especial las tertulias políticas, que son la mayoría.
Y, por todo lo dicho, para concluir, si usted estimado lector o estimada lectora, tuvo la paciencia de llegar aquí, quede claro que no pido el voto ni a favor ni en contra de nadie. Yo, como los británicos, doy por hecho que todos sabemos leer, escuchar y decidir.


(PD. Si usted quiere votar en secreto, al menos para el Senado, coja las papeletas en el Colegio Electoral. Cada partido tiene una tintada distinta del color sepia para los sobres y papeletas y si usted lo lleva de su casa, más de uno sabrá, de antemano, a quien está votando.)

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