Ya sé que tocaría hablar del Gobierno, pero prefiero salirme por las ramas y otear horizontes más amplios. Este mes se cumplen los 33 años de la muerte del misionero-guerrillero asturiano, Gaspar García Laviana, fallecido en Nicaragua el 11 de diciembre de 1978 a manos del ejército de Somoza, que tendió una emboscada el grupo guerrillero sandinista del que formaba parte el Comandante Martín, nombre de guerra en honor al patrón de San Martín del Rey Aurelio, concejo en el que nació en 1941. Gaspar decidió echarse al monte en el momento que comprobó los recortes que el régimen somocista impuso a la educación de los más desfavorecidos, en éste caso, los niños de los poblados de sus parroquias en Tola o San Juan del Sur. Imagino que la decisión tuvo que ser dura, pero según sus palabras, no le quedaba otra alternativa. Admiro a las personas que dan la vida por los demás, o por un ideal: político o religioso. En su caso, Gaspar tenía mucha fe en los sandinistas, que más tarde llegarían al poder. La borrachera del éxito les llevó a hacer muchas tonterías que Gaspar no habría aprobado y que los nicaragüenses castigaron quitándoles de las instituciones. En los últimos meses les han dado otra oportunidad para demostrar lo que pueden hacer por Nicaragua.
Tuve la oportunidad de conocer los dominios de Gaspar García Laviana en Nicaragua en el año 1998, coincidiendo con el vigésimo aniversario de su muerte. A pesar del tiempo y de las nuevas generaciones, el misionero asturiano seguía muy presente en las mentes y las casas de San Juan del Sur, donde se veneraba su figura, que presidía los hogares. Algo parecido sucedía en la vecina localidad de Rivas, cuyo hospital lleva el nombre del misionero, que preside el acceso con un gran mural de su retrato, a lo Che Guevara. Dice el economista Niño Becerra que las revoluciones en el primer mundo ya no están de moda, quizás por peligrosas. Imagino que Gaspar, como estaba en otro mundo más miserable, fue uno de los románticos en dar la vida por unos ideales sociales, vistos desde un prisma religioso. A él no le salió bien la jugada, porque le fue la vida en ello, pero es posible que su sacrificio sí haya servido para dignificar la enseñanza en ése país. Y lo digo desde el conocimiento de otra experiencia misionera, la del dominico leonés, Gregorio Barreales, formado en Corias (Cangas del Narcea) director de la Escuela de Agricultura de Rivas, que desempeña una labor fundamental en el desarrollo del país centroamericano. Aunque en Europa, especialmente en España, el campo está considerado de segunda división, al otro lado del charco aún le dan una oportunidad a los agricultores profesionales. Y la Escuela de Rivas es un vivero de iniciativas y una pantalla ejemplar.
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