miércoles, 28 de septiembre de 2016

Bulnes, la atalaya de Guillermina Mier

Isolina Cueli
La primera vez que subí a Bulnes (Cabrales), en los años ochenta, lo hice a pie por la canal del Texu, desde Poncebos. Era la única vía de acceso al pueblo en el que habitaban casi una docena de familias, dedicadas a la ganadería. También se ocupaban del turismo. Había que dar de comer y de beber a los montañeros que se aventuraban a visitar el pueblo y a los que seguían hacia otras metas más altas del macizo central de los Picos de Europa, como el Picu Urriellu.
Guillermina Mier Campillo (I.C)
Para ocuparse de los forasteros estaba el bar del guarda Marcelino, regentado hoy por sus descendientes, y Casa Guillermina, donde nunca faltaba un buen plato de patatas fritas con huevos y chorizos de casa. Una exquisitez que en Bulnes se saborea más.
Al pueblo de Bulnes,  a 650 metros de altitud, también se puede subir en funicular desde el año 2001, lujo del que pueden disfrutar los vecinos y muchas otras personas -un alto porcentaje de extranjeros- interesados en conocer un pueblo singular, que da nombre al Picu Urriellu, conocido también como Naranjo de Bulnes.
Desde aquella primera subida, hasta finales de los noventa, hice numerosos reportajes en Bulnes, con otras tantas ascensiones, triscando por la canal, que cada vez se me hacía más fácil de subir y más corta, y siempre conté con la colaboración y la hospitalidad de Guillermina y su familia. Uno de los últimos trabajos consistió en escribir un reportaje para contar cómo era su cena de Nochebuena bajo la nieve. Ahora, ni nieva.
La semana pasada subí con dos amigas -esta vez en funicular- a recordar viejas andanzas y me encontré con Guillermina Mier Campillo, a punto de cumplir 99 años, animando la tertulia en el bar que regenta su hijo José Manuel, que iba para marino mercante y se quedó en tierra para continuar con la tradición familiar.
Guillermina, nacida en Bulnes hace casi un siglo, huérfana de madre con pocos meses y criada por una tía, vivió toda su vida en el pueblo. Antes, cuando era joven, subía y bajaba con más frecuencia. Reconoce que si no tuvieran el funicular ya sería más difícil salir de Bulnes, pero ahora podrá pasar el invierno en Arenas. En sus conversaciones es inevitable que nos cuente su desgracia personal. La muerte de su marido Rafael, despeñado en un recodo de la canal del Texu, por un lugar que conocía como la palma de su mano. Para Rafael el funicular llegó tarde y Guillermina mitiga su pena contando cómo su esposo seguía apostando por el pueblo y venía de comprar un nuevo rebaño de 300 ovejas que, tras su muerte, acabaron en Mansilla de las Mulas (León).
El Picu Urriellu  o  Naranjo de Bulnes, visto desde  Bulnes. (I.C)
Ahora hay más bares y restaurantes, con terrazas al borde del río y con vistas a la montaña. Pero ningún lujo es comparable con el plato de patatas fritas, huevos y chorizo!
Hasta allí llegan los curiosos, que ya lo vieron todo; los románticos que buscan ese lugar idílico donde tumbarse a la sombra de un nogal y escudriñar la piedra de las montañas que les protegen de los vientos dominantes; los montañeros aficionados que no saben a dónde van, y los avezados expertos que se conocen los senderos y las rutas tan bien como los lugareños.
Hace pocos días tuvimos que socorrer a una chica que llegó perdida y descalza, apunta Guillermina, dichosa de poder ayudar al desvalido, dar posada al peregrino, ofrecer comida a los hambrientos caminantes y, por supuesto, dar conversación, contar cómo era el Bulnes de su infancia. Es a sus antepasados, y a los de otros vecinos como Esteban, Esperanza o Amparo, ya fallecidos, a quienes se debe el asentamiento de Bulnes. En vez de embarcar para la emigración, se embarcaron montaña arriba en busca de un trozo de tierra para cultivo y para pastos, algo que les diese de comer a ellos y a sus rebaños. Y ése el dorado estaba en las praderías de La Jelguera y la Trenosa, y como Bulnes no es una excepción en Asturias, esas tierras fértiles de la montaña, para desgracia de todos, y si alguien no lo remedia, están a punto de convertirse en matorral.
Cuando a Guillermina le piden la receta de su longevidad, dice que no la tiene. A pesar de todo, creo que esa larga vida se la da, además del aire puro que se respira en Bulnes, su actitud positiva ante la vida misma.















miércoles, 21 de septiembre de 2016

¿Qué es verdad en Venezuela?

Isolina Cueli

Hay gente que niega el nazismo. Suelen ser personas, de distintas ideologías, que no lo padecieron, incluso ni existían en ésa época. A mí me entraron dudas cuando se lo escuché a un señor que había nacido en el año 11 del siglo pasado, y con una buena formación a sus espaldas. En el momento de esa afirmación tenía más de noventa años y por eso no se lo tuve en cuenta.
Cola en Venezuela para acceder a un supermercado.
Ahora me sorprende que haya gente que niegue o dude que sea cierto lo que nos cuentan que pasa en Venezuela. En primer lugar me duele que la voz de los periodistas esté tan devaluada que se pongan en duda los reportajes y las noticias del desastre que viven millones de personas; me escandaliza que se dude de la objetividad, la principal herramienta de un profesional del periodismo, y que todo se vea con los prismas de la política rancia.
Formo parte de una Red Internacional de Periodistas, en la que se supone reina la solidaridad y la empatía, y a la que también pertenecía Marta Aguirre, periodista española arraigada en Venezuela, pero hace unos meses comunicó, con amargura, su retirada del grupo al comprobar el poco interés mostrado a la actualidad en su país de acogida.
Cada uno contamos la feria según nos va, pero en periodismo la feria somos todos, y tendríamos que saber qué les pasa a los que están mal y cómo viven los que están bien, y quiénes son ambos. En el caso de Marta Aguirre, me contaba en un correo privado los problemas que tienen con la falta de alimentos y de medicinas. Osea, que pueden llegar a pasar mucha necesidad. No sé si hambre. Me lo comentó en un mensaje interno, no tendría porqué mentirme. Yo la creo. Lo peor es que puedo hacer muy poco por ayudarla, salvo decir aquí, en estas cuatro líneas, que en Venezuela hay millones de personas que lo están pasando verdaderamente mal. Y algo de verdad debe haber cuando veo fotos e imágenes de gente que para entrar en una tienda de alimentación tiene que hacer colas interminables.
Es más, debe ser bastante cierto lo que se cuenta cuando el propio presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, nombró a 18 generales del ejército como responsables del abastecimiento a los consumidores de los 18 productos básicos, tanto farmacéuticos, como de alimentación. ¿Qué haríamos aquí si nos limitasen la cesta de la compra a 18 productos? Pues podemos ir pensando en ello, por si acaso.
Por lo visto, en Venezuela los alimentos acaban en manos de revendedores, que fijan unos precios desorbitados y hay familias que no pueden comprarlos. En España, en la postguerra, eso se llamaba estraperlo, y mucha gente se hizo rica con el comercio fraudulento. Aún hay familias que comen hoy en España con los réditos de lo que robaron sus antepasados en el estraperlo.
No dudo de las noticias que leo y escucho sobre Venezuela, pero me niego a creer lo que escribía Raúl del Pozo la semana pasada. Decía que el presidente Maduro veía Sálvame, un programa de televisión en España y, más fuerte aún, que, a veces, le acompañaba en el visionado el ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero, quien, de paso, anda por allí intentando arreglar el lío entre venezolanos. Cualquier día le oiremos gritar: ¡salvadme!, que esto es mucho tomate para mí, me voy a unir civilizaciones, que debe ser más fácil. No estaría de más que se ocupase de los asuntos domésticos e intentase poner de acuerdo a todos los reinos de taifas que hay en su partido.


miércoles, 14 de septiembre de 2016

Las estrellas de la cara Sur de El Sueve

Isolina Cueli

La montaña de El Sueve tiene dos caras bien delimitadas: la Norte, que mira al mar Cantábrico y las playas de Colunga, Caravia, incluso Ribadesella y hasta la Ría de Villaviciosa; y la Sur, más soleada, que se encara a los Picos de Europa, con el valle de Parres a sus pies. Esta ladera del Sueve orientada al mediodía también tiene su propia iluminación nocturna, me refiero al brillo que le dan las tres estrellas Michelín que lucen en la zona: dos de Nacho Manzano en Casa Marcial (La Salgar) y una de José Antonio Campoviejo en El Corral del Indianu (Arriondas).
Casa Marcial, en La Salgar (Parres). (I:C)
Esta columna nació con vocación de dar voz a los sin voz. Hoy, no obstante, quiero reconocer el esfuerzo de estos cocineros que tienen su propio altavoz, cuyo eco lleva a Parres y Asturias por todo el mundo. Pero,  a esa atalaya, tan alta como el Picu Pienzu, que corona El Sueve, no se llega sin esfuerzo y el esfuerzo y la excelencia, que suponen dejarse las pestañas en los fogones, también merecen unas líneas de apoyo y de ánimo para que no cejen en el intento de seguir adelante.
Dijo Salvador Dalí en 1969 que "El fin del arte es lograr que lo habitual tenga apariencia de nuevo".
Y eso es precisamente lo que hacen los cocineros de la falda Sur de El Sueve. Nacho Manzano convirtió en pitu de caleya el arroz con pollo, un plato de toda la vida en Asturias, que se comía los días de fiesta, y, además, lo sitúa como referencia internacional.
En su mesa te deja sin palabras lo que puede dar de sí la sardina, el bacalao, la alcachofa o el perejil licuado.
Arte es que te quedes con la boca abierta cuando te sirven los dulces en un gachapu, el artilugio de madera ahuecada, que conserva el agua y en el que los segadores llevan la piedra para afilar la guadaña. Es lo de toda la vida, pero parece nuevo. Aquí la piedra es de chocolate, sublime.
Por la derecha, Manzano, Ron, Campoviejo y De Diego.
A Manzano y a Campoviejo los conocí en el año 1996, en un reportaje para LNE -foto de la derecha-, cuando empezaban a labrarse su futuro, pero ya apuntaban maneras y se les veía venir con mucha fuerza y con ganas de hacerse un hueco en el sector de la restauración.
Ellos y su esfuerzo emprendedor son el valor añadido que necesitan Asturias y España. Gente con tesón, con imaginación y con ganas de trabajar y contagiar su entusiasmo a los demás. Las envidias que puedan suscitar, las dejamos aparte.
Yo les reconozco también el mérito de conseguir que clientes de todo el mundo se gasten el dinero sin reparos y crucen océanos para probar sus menús, su carta y, en definitiva, sus creaciones y su trabajo.
En la última semana tuve ocasión de degustar la cocina de Nacho Manzano en Casa Marcial (La Salgar) y en Ibérica Victoria, una de las cinco que hay en Londres, estilo Casa Gloria (Oviedo). Dos conceptos muy distintos. El primero más selecto y el segundo, con muchísimo éxito, más popular y a precios más competitivos, hasta el punto que llenan todos los días en una plaza tan difícil como es la capital británica.
A Nacho también le reconozco el mérito de que se arriesgue a servir un menú de muchos euros en una mesa sin mantel y los comensales lo acaten como decisión original del chef. Cuando comía el arroz con pollo de mi madre el día de fiesta, no faltaba el mantel, que siempre me pareció un lujo frente a una mesa desnuda, por muy buena madera que tenga.
Aprovecho para destacar el gasto que hacen en lavandería en otros sitios más modestos, como La Venta de Valloberu (Villaviciosa), donde te sientas a una mesa con mantel de hilo y servilletas a juego para comer un menú de 12,5 euros, con bebida incluída.




viernes, 9 de septiembre de 2016

África, el vecino incómodo

Isolina Cueli
Somos los vecinos más cercanos del continente africano y aún es el gran desconocido para nosotros, aunque ellos sí saben bien donde estamos y cómo vivimos. Nos quieren imitar y por eso se esfuerzan en saltar las vallas y los muros que les ponemos.
Según los científicos, el primer humano salió de África, así que les debemos hasta la especie, pero nos empeñamos en darles la espalda y cerrarles la puerta.
Mercedes con un grupo de jóvenes del internado en Lilongwe.
Hay excepciones en casos de algunas empresas que saben del potencial africano y empiezan a producir en ésa tierra y, de paso, a crear trabajo sobre el terreno. También nos acordamos de África en momentos de Cooperación Internacional y ayuda al desarrollo. Son migajas, pero llegan. Los que también llegan y permanecen son los misioneros, que echan raíces como las del baobab y ya no son capaces de dejar el continente.
Hoy quiero escribir sobre mi amiga Mercedes Arbesú (Santa Marina, Siero, 1964). Mercedes es una periodista que nunca dejó de escribir (ahora en su blog El silencio del baobab: mercedesarbesu.com), pero sí abandonó las redacciones por la vida religiosa y desde hace casi veinte años pertenece a la congregación de las Hermanas de María Mediadora. Pasó la mayor parte de éste tiempo en África, en concreto en Malawi, un país pobre del Sur, que aquí ni nos suena, pero que existe y este año pasará hambruna, una vez más, a causa de las malas cosechas.
Mercedes en el 98, su primera etapa. (I.C)
Mercedes sí conoce Malawi y sabe que será muy difícil que salgan de la miseria. Saldrán en el momento que apuesten seriamente por la educación. Estos países se la juegan con la educación, afirma la misionera asturiana. Es un círculo vicioso que describe muy bien Paul Collier en su libro El club de la miseria, donde nos cuenta qué falla en los países pobres y cómo se podría corregir el rumbo.
Mercedes, superiora regional en Malawi, vive el día a día de la pobreza en la misión de Lilongwe, la capital del país. También regentan un hospital en Mlale y otra misión para huérfanos en Chezzi.
En su caso, están centradas en contribuir a que puedan estudiar 75 niñas y jóvenes de barrios marginales, a las que ofrecen un internado próximo al centro escolar. Un programa financiado por la organización Mujeres por África y tiene como efecto colateral evitar muchos matrimonios de adolescentes. Las familias optan por buscarles marido para librarse de una boca en la casa. Si la niña está en un internado y no es una carga, no se preocuparán en casarla.
El programa Sunrise, amanecer en castellano, ayuda a un grupo de ancianos. Les ofrecen una comida caliente una vez a la semana, una especie de fariñes muy nutritivas que llevan cacahuete, aceite, leche, azúcar y soja, entre otros ingredientes, y les dan alimentos para llevar.
Plato de comida para los mayores.
En esta misión también tienen huerta, su gran despensa para alimentar tantas bocas. Y agua de riego, almacenada en un gran aljibe en la época de lluvias, la consiguen gracias a un proyecto financiado por Manos Unidas de España.
(Aprovecho para felicitar al equipo de Manos Unidas de Villaviciosa que se dejan la piel y muchas horas de su tiempo en el mercadillo que organizan cada año para reunir euros que financian programas de cooperación. Es otra forma de ser misionera o misionero).
El anciano que está junto a Mercedes en ambas fotos es la misma persona: el abuelo de Maite, -huérfana en la misión de Chezzi-, al que ayudaban a finales del siglo XX y siguen haciéndolo ahora, 18 años después.