Isolina Cueli
La primera vez que subí a Bulnes
(Cabrales), en los años ochenta, lo hice a pie por la canal del
Texu, desde Poncebos. Era la única vía de acceso al pueblo en
el que habitaban casi una docena de familias, dedicadas a la
ganadería. También se ocupaban del turismo. Había que dar de comer
y de beber a los montañeros que se aventuraban a visitar el pueblo y
a los que seguían hacia otras metas más altas del macizo central de
los Picos de Europa, como el Picu Urriellu.
Guillermina Mier Campillo (I.C) |
Al pueblo de Bulnes, a 650
metros de altitud, también se puede subir en funicular desde el año 2001, lujo del
que pueden disfrutar los vecinos y muchas otras personas -un alto
porcentaje de extranjeros- interesados en conocer un pueblo singular,
que da nombre al Picu Urriellu, conocido también como Naranjo de
Bulnes.
Desde aquella primera subida, hasta
finales de los noventa, hice numerosos reportajes en Bulnes, con otras
tantas ascensiones, triscando por la canal, que cada vez se me hacía
más fácil de subir y más corta, y siempre conté con la colaboración y la
hospitalidad de Guillermina y su familia. Uno de los últimos
trabajos consistió en escribir un reportaje para contar cómo era su cena de Nochebuena bajo la nieve.
Ahora, ni nieva.
La semana pasada subí con dos amigas -esta vez en funicular- a
recordar viejas andanzas y me encontré con Guillermina Mier
Campillo, a punto de cumplir 99 años, animando la tertulia en el
bar que regenta su hijo José Manuel, que iba para marino mercante y
se quedó en tierra para continuar con la tradición familiar.
Guillermina, nacida en Bulnes hace casi
un siglo, huérfana de madre con pocos meses y criada por una tía,
vivió toda su vida en el pueblo. Antes, cuando era joven, subía y
bajaba con más frecuencia. Reconoce que si no tuvieran el funicular
ya sería más difícil salir de Bulnes, pero ahora podrá pasar el
invierno en Arenas. En sus conversaciones es inevitable que nos
cuente su desgracia personal. La muerte de su marido Rafael,
despeñado en un recodo de la canal del Texu, por un lugar que
conocía como la palma de su mano. Para Rafael el funicular llegó
tarde y Guillermina mitiga su pena contando cómo su esposo seguía
apostando por el pueblo y venía de comprar un nuevo rebaño de 300
ovejas que, tras su muerte, acabaron en Mansilla de las Mulas (León).
El Picu Urriellu o Naranjo de Bulnes, visto desde Bulnes. (I.C) |
Hasta allí llegan los curiosos, que ya
lo vieron todo; los románticos que buscan ese lugar idílico donde
tumbarse a la sombra de un nogal y escudriñar la piedra de las
montañas que les protegen de los vientos dominantes; los montañeros
aficionados que no saben a dónde van, y los avezados expertos que se
conocen los senderos y las rutas tan bien como los lugareños.
Hace pocos días tuvimos que socorrer a una chica que llegó perdida y descalza, apunta Guillermina, dichosa de poder ayudar al desvalido, dar posada al peregrino, ofrecer comida a los hambrientos caminantes y, por supuesto, dar conversación, contar cómo era el Bulnes de su infancia. Es a sus antepasados, y a los de otros vecinos como Esteban, Esperanza o Amparo, ya fallecidos, a quienes se debe el asentamiento de Bulnes. En vez de embarcar para la emigración, se embarcaron montaña arriba en busca de un trozo de tierra para cultivo y para pastos, algo que les diese de comer a ellos y a sus rebaños. Y ése el dorado estaba en las praderías de La Jelguera y la Trenosa, y como Bulnes no es una excepción en Asturias, esas tierras fértiles de la montaña, para desgracia de todos, y si alguien no lo remedia, están a punto de convertirse en matorral.
Hace pocos días tuvimos que socorrer a una chica que llegó perdida y descalza, apunta Guillermina, dichosa de poder ayudar al desvalido, dar posada al peregrino, ofrecer comida a los hambrientos caminantes y, por supuesto, dar conversación, contar cómo era el Bulnes de su infancia. Es a sus antepasados, y a los de otros vecinos como Esteban, Esperanza o Amparo, ya fallecidos, a quienes se debe el asentamiento de Bulnes. En vez de embarcar para la emigración, se embarcaron montaña arriba en busca de un trozo de tierra para cultivo y para pastos, algo que les diese de comer a ellos y a sus rebaños. Y ése el dorado estaba en las praderías de La Jelguera y la Trenosa, y como Bulnes no es una excepción en Asturias, esas tierras fértiles de la montaña, para desgracia de todos, y si alguien no lo remedia, están a punto de convertirse en matorral.
Cuando a Guillermina le piden la receta
de su longevidad, dice que no la tiene. A pesar de todo, creo que esa larga vida se
la da, además del aire puro que se respira en Bulnes, su actitud positiva ante la vida misma.