Isolina Cueli
Durante años protegía
las cerezales pequeñas con una red para poder probar las cerezas y
acabo de enterarme que era ilegal. Me da risa, pero, en realidad es
para llorar. Hablo en pasado, porque desistí de cuidar árboles para
alimentar pájaros, y conste que me encantan las aves y todo lo que
vuele.
Imagino que igual que yo
habrán hecho muchas gentes de campo, agricultores, campesinos y
aficionados que tienen la satisfacción de plantar para cosechar más
tarde.
Estos días pude ver a los
cuervos y malvises como me comían las guindas. Un topo me está
minando el prado. Las orugas me comieron las berzas que pensaba
cocinar. Los pulgones acaban con los cítricos, les fabes y todo lo
que encuentran a su paso.
Esta es la historia de mi
pequeño huerto de aficionada y la de otros muchos profesionales que
viven de su trabajo y que les cuesta mucho conseguir una cosecha
decente.
La semana pasada se
pusieron en contacto conmigo Miguel Ángel y Sandra, una pareja de
jóvenes ganaderos de Liñero (Villaviciosa) para contarme sus
desventuras con las piaras de jabalíes, que les destrozan los prados
y los sembrados de maíz, que deben resembrar -con el gasto extra que
eso supone- si quieren recoger forraje a final de verano. Unas fincas
que tienen protegidas con doble alambrada de hilo, conectada a un
pastor eléctrico, pero que el jabalí se salta con total impunidad.
Por una parte, desde el
Gobierno del Principado se anuncia a bombo y platillo la política
para repoblar el medio rural, y por otra se ignoran las desventuras
de los agricultores y ganaderos que ya están arraigados y tienen que
vérselas a solas con la fauna salvaje, que cada año invade más sus
espacios.
Según Miguel Ángel
Cuétara, en la reunión de la campaña de saneamiento que tuvieron
en Llanera hace un mes ya le plantearon a la Consejera de Agicultura
el problema del jabalí en toda Asturias, pero su explicación se
tomó como una falta de respeto a la autoridad.
Según Cuétara, su último
recurso será plantearle el problema al alcalde de Villaviciosa,
Alejandro Vega, para que intente mediar con el Gobierno del
Principado.
Por mi parte, una vez más,
intento dar voz a los campesinos que gritan en sus fincas, pero que
no les oyen en Oviedo, en los despachos con aire acondicionado y
ventanas herméticas por las que no pasan esos gritos desesperados y
ya roncos de tanto esfuerzo baldío.
Hace poco un experto decía
que el hombre molestaba al lobo. Y no tardaremos mucho en ver que
los humanos están confinados en reservas para que los animales
campen a sus anchas. No sé donde está el término medio, pero a mí
me da que sin humanos que les faciliten carroña y les limpien sus
hábitat, los animales tampoco se apañarían muy bien. No hay más
que ver hasta donde bajan los jabalíes a buscar comida.
Recuerdo que cuando estaba
en Bruselas, en los años ochenta, escuchaba a un funcionario
explicar los hachazos que iban a dar al medio rural y aventuré que a
ese paso, Asturias se convertiría en un gran campo de golf. Después
de treinta años, hay muchos campos de golf, sí, pero no tantos como
pensaba. Reconozco que me equivoqué, porque a lo que vamos es a
convertirnos en un gran matorral en el que no puedan vivir ni los
jabalíes, que acabarán en la playa, invierno y verano. En la zona
de Llanes ya es fácil encontrar sus huellas en los arenales.
Supongo que la solución a
los jabalíes vendrá por la cantidad de accidentes de tráfico que
provocan en todo tipo de carreteras. Y esos gritos se oyen más,
están más cerca de la La Escandalera (Oviedo).
Si la solución llega por
ahí, por los automovilistas, bienvenida sea. Lo que hace falta es
que se tomen medidas eficaces para reducir la población de este
paquidermo, convertido en el terror del medio rural y, al paso que
vamos, también será la pesadilla de los urbanitas.
Conste que nadie quiere
extinguir a los jabalíes.