Los expertos e historiadores dicen que tal día como hoy, hace cien años, se puso la primera piedra para el inicio de la Primera Guerra Mundial, con el asesinato en Sarajevo del Archiduque Francisco Fernando, heredero al trono austrohúngaro. Un mes más tarde, el 28 de julio, Serbia recibió un telegrama con la declaración de guerra por parte del imperio austrohúngaro. Y cinco años más tarde, el 28 de junio de 1919, Alemania firmó la Paz de Versalles.
En todo este proceso, que costó la vida a millones de personas, y que provocó la desaparición de cuatro imperios -ruso, otomano, austrohúngaro y alemán- España teóricamente, se mantuvo al margen del conflicto. Pero, en realidad, la neutralidad sólo era aparente. En las cuencas mineras de Asturias aún hay testimonios de gentes que conocen de primera mano el reclutamiento de ciudadanos asturianos por parte de Francia para que trabajasen en la fabricación de armas y municiones. -Alemania declaró la guerra a Francia y Rusia a primeros de agosto de 1914-.
Antonio García Álvarez, vecino de La Felguera (Langreo), era un niño cuando su padre, Manuel, aceptó la oferta de ir a trabajar a París para las empresas de armamento que surtían al Ejército que estaba en primera línea de fuego. Manuel se llevó consigo a su hijo Antonio, que acabó aprendiendo allí un oficio y, de paso, el francés.
Curiosamente, ese hijo, que se hizo experto tornero, fue militarizado por los dos bandos en la guerra de España y también se vio en la amarga tesitura de colaborar con la guerra de la forma más tremenda, que es la fabricación de armamento.
Han pasado cien años y seguimos jugando a la guerra, sin darnos cuenta de que los que se mueren siempre son los mismos y las mismas, los parias, los pobres inocentes que enarbolan la bandera de la utopía. Mientras, los que sacan partido son los otros, los que se las saben todas, incluso saben la forma de atizar el fuego para que prenda la mecha.
No se me olvida el día que Cayo Rodríguez-Ponga (1911-2012) me dijo que la fortuna de una conocida familia asturiana procedía de la Segunda Guerra Mundial. Teóricamente, en esa guerra tampoco participó España de forma directa, pero algunos tentáculos van más allá de la neutralidad.
Está visto que la destrucción es muy rentable para los que se dedican a la reconstrucción. Y en esas estamos: en hacer y deshacer.
¡Como Penélope!.
Un proverbio chino dice que vale más una buena crítica que mil elogios. Aquí haremos crítica constructiva para dar voz a los que no pueden hacerse oír en la Aldea Global de la que formamos parte y que, curiosamente, nos satura de información. Un ruido que nos aturde y nos impide distinguir el grano de la paja; la cordura de la herejía. Dedicado a Mariano José de Larra(1809-1837), autor del grito: ¡Escribir en España es llorar! y a quienes pensaron lo mismo, pero no se atrevieron a decirlo.
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