domingo, 21 de julio de 2013

Firmas de apoyo al cura de Selorio

La fuerza de la unión no será suficiente. Foto, J.D. Reibelo
Esta semana me adherí con una firma a la petición al arzobispo de Oviedo para que no cambie de parroquia al cura de Selorio, Antonio Vázquez Escobar. La verdad es que lo hice con poca fe y sólo por compromiso. Primero porque sé que el titular de la archidiócesis es persona de palabra y no se desdice por un puñado de firmas y segundo, porque, en el fondo no me gustaría hacerle esa faena al cura y truncar su carrera dejándolo en Selorio para toda la vida. Creo que tiene madera para llegar lejos. De momento, ya lo mandaron a Oviedo, cerca del poder.
Tengo que confesar que no voy mucho a misa. En los siete años de internado tuve que asistir a misa diaria y creo que la teoría la aprendí para toda la vida. Ahora trato de ponerla en práctica, que es lo más difícil. Así que sólo asisto a las misas de BBCE (Bodas, Bautizos, Comuniones y Entierros).
A pesar de todo, conozco bastante bien el trabajo de Antonio en Selorio y creo que tiene mucho mérito. Desde que se murió Don José, hace casi veinte años, nadie había entendido tan bien a los vecinos de Selorio (El pobre Yayo chocó frontalmente con su forma de practicar la fe). Por eso la parroquia no quiere más experimentos y luchan con todas sus fuerzas por el que consideran su cura.
Y es curioso, porque el cura no se andaba con paños calientes. Recuerdo una misa en la que interpretaba la lectura de unas doncellas y las comparaba con las beatas y les decía textualmente desde el púlpito que eran como , "esas personas que vienen mucho a misa y luego se van a casa y ponen verde a todo el mundo, incluido el cura". Estaba conmigo mi amiga Raquel y nos quedamos de piedra. Pero me da la impresión que allí nadie se dio por aludido o aludida, así que todos felices.
La última que le escuché fue en el bautizo de una niña, cuando les dijo a los padres, -que no debían frecuentar mucho la iglesia-, que esperaba ver en misa a la recién bautizada, pero no precisamente en brazos de los abuelos. Creo que tampoco se enteraron de la indirecta, y todos tan felices y contentos.
Tengo que reconocer que no tengo autoridad para analizar la revolución que hizo el arzobispo en la diócesis, así que me remito a la homilía de hace dos domingos de Andrés Pérez, un cura que pasa de vicario judicial en el Tribunal Eclesiástico de la Archidiócesis, a titular de la parroquia de Tapia de Casariego. Andrés Pérez acaba de retomar la publicación de las homilías en su blog y para interpretar lo que pasa estos días en Asturias, echa mano de las palabras de San Pablo a los gálatas:
Atención: que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente”.
Se me escapan los motivos por los que se arranca a los curas de sus puestos, en el momento que empiezan a echar raíces. Creo que hay dos excepciones que recuerde ahora mismo. El cura de Priesca (Villaviciosa), que lleva más de cincuenta años en el mismo pueblo y el cura de Arbeyales, en Somiedo, una ganadero de pro, que tiene claro que nunca abandonaría su aldea natal. Pero este párroco, que nunca me dejó hacerle un reportaje ordeñando vacas, tiene independencia económica, y no hay obispo que le tosa. Un cura que, como Santa Teresa, sabe que Dios, además de en los templos, también está entre las vacas: en las cuadras y en los prados, o mejor dicho, allí donde haya una persona necesitada.

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