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Tito, cesteru de Paredes (Valdés), en Oles. |
Esta mañana tuve el honor de pronunciar el pregón del Mercáu Astur de Oles (Villaviciosa). Una forma de rememorar la vida de hace décadas. Me encantó reencontrarme con muchas de las cosas que viví en mi infancia. De paso, hice un pequeño recorrido por el Mercáu astur que era el ambiente de aquella época.
Os copio lo que les conté a los vecinos de Oles y a los turistas que pasaban por allí:
Aunque peine canas, no soy
tan vieja, nací en el 57, y tengo que reconocer que la mayor parte de las cosas
que aquí se exponen y se recrean me son muy familiares. Los más jóvenes creerán
que estos oficios que componen el Mercáu pertenecen a la Prehistoria, que
también, pero se ejercieron en estas tierras hasta hace poco.
Recuerdo la fragua de Ramón,
el ferreru de mi pueblo, especialista en carros del país y llaviegos, -arados-.
Puedo citar otros oficios, como el de madreñeru, cesteru, carreteru, lecheru,
fareru, y así una larga lista.
Porque, aunque parezca imposible,
entonces no había tractores, ni otro tipo de maquinaria con tracción mecánica,
todo era tracción animal, y gracias.
Nos disfrazaron la idea de
que endeudándonos mucho, comprando muchas máquinas y trabajando mucho, seríamos
más felices y más ricos. Y picamos, ¡Vaya si picamos¡. Y aquí estamos, llenos de
deudas y atiborrados de artilugios, máquinas y cachivaches infrautilizados, y
mucho más ansiosos y deprimidos que los niños de entonces, que jugaban con
muñecas y balones de trapo, y que los adultos, hoy ya jubilados, que se divertían
al son de una gramola.
Antes me refería a esos “entes”
que nos manejan sin que nos enteremos. Les voy a citar una frase que leí en un
libro titulado “El fin del trabajo”, del americano Jeremy Rifkin. Describe una
reunión de economistas y publicistas que se planteaban cómo reeducar a la clase
trabajadora hacia “el consumo dinámico de bienes de lujo”. Uno de los presentes
propuso que el camino era conseguir que “los lujos de los ricos se conviertan
en necesidades para las clases más pobres”.
El libro es de principios de los años noventa,
hace veinte años, y todos ustedes habrán comprobado que consiguieron el
objetivo. Los pobres nos enganchamos a lo que eran los lujos de los ricos. Y
pondré sólo unos ejemplos: cruceros en barcos como el Titanic; balnearios; coches
de alta gama o piscinas, lujos que hasta los ochenta eran para los ricos y que
en tres décadas se pusieron al alcance de los pobres que querían sentirse
ricos.
Cuando nací, en mi pueblo el
medio de transporte era el burro y, como mucho, la bicicleta.
En un viaje a Cuba, en los
noventa, me llamó la atención que los pocos coches privados que se veían a los
nativos, todos desvencijados, tenían matrícula del año 57. Así que cuando
nosotros íbamos en burro, en La
Habana todo eran “haigas”. Lo curioso es que en Cuba, ahora
van en bicicleta, o en esos Cadillac de más de cincuenta años, y aquí hay
varios coches por familia. Con este ejemplo les quiero decir que sí es posible
ir para atrás y no nos va a ser fácil el cambio, especialmente para los más
jóvenes que siempre vivieron en la abundancia. Por eso este Mercáu es una buena
cura de humildad y una clase de Historia en vivo y en directo.
No tengo recetas para salir
del atolladero. La única, la que apliqué durante toda mi vida: tener muy claro
que yo era pobre y que no podía entrar al trapo de todo lo que me ponían
delante. Aún así, consumí mucho más de lo que debía y, diría que podría vivir
con el diez por ciento de lo que tengo, imagino que como la mayoría de ustedes.
Nos metieron en la dinámica
del consumismo y parece que no tiene fin. Está en nuestras manos cambiar ése
rumbo, porque consumir no es sinónimo de felicidad o de calidad de vida, más
bien lo contrario. Con esto no quiero decir que nos convirtamos en anacoretas o
monjes en Valdediós, pero hay un término medio para todo.
El Mercáu de Oles, los
oficios que nos muestran aquí, y la forma de vida rural son un ejemplo de
austeridad y de supervivencia. Cuando los pueblos eran un mercado-astur
viviente se aplicaba la economía de subsistencia y el trueque. También había
economía de mercado incipiente. Se practicaba en el mercado semanal de los
miércoles y en las ferias de ganado. Teniendo en cuenta que no había
supermercados y las tiendas no solían vender frutas ni verduras, todo se
concentraba en el mercado de los miércoles. Las mujeres vendían los excedentes
de sus cosechas: patatas, fabes, maíz, huevos, gallinas, conejos, mantequilla,
quesos, fruta, etc, y con el importe compraban aceite, azúcar, telas, calzado, productos
de primera necesidad.
En los días de mi infancia,
en mi casa no había televisión, ni mucho menos teléfono y los periódicos
tampoco llegaban. En la Radio
las emisoras se contaban con los dedos de una mano. Estábamos mal informados,
pero me parece que no mucho menos que ahora, que tenemos tantos canales de
televisión y emisoras de radio que nos invaden con ruidos de todo tipo, precisamente
para eso, para que no nos enteremos de nada. La información sigue controlada, a
través de los gabinetes de prensa, por las fuentes (políticas, empresariales,
religiosas, deportivas, es lo mismo), y sólo se publica lo que les interesa,
salvo contadas excepciones de buen periodismo de investigación, ése que llega
al fondo de la cuestión. El periodismo que divulga la verdadera noticia, que no
es otra cosa que aquello que alguien trata de ocultar en alguna parte del mundo.
Por eso les recomiendo que lean y escuchen con espíritu crítico, incluido este
Pregón.
Empecé a la escuela de
Priesca con cuatro años. La maestra Nati se apañaba para atender a las alumnas de
cuatro y las de catorce, porque era una clase unitaria. Allí tomé mucha leche
en polvo. Años más tarde me enteré que aquello que detestábamos, porque sabía mucho peor que la de casa, nos la
enviaban los americanos a través del Plan Marshall. La historia se repite y
ahora, medio siglo después, parece que la leche, mejor dicho, los euros, nos los
administrará Europa.
Creo que la concentración
escolar fue uno de los primeros hachazos que dieron a los pueblos, y que
contribuyó al despoblamiento del medio rural. Estoy segura que con los medios
técnicos de hoy se podrían mantener abiertas esas escuelas. Y no tendrían
porqué ser guethos.
No consiguieron implantar la concentración
parcelaria, pero la de las personas, la apañaron en un momento. Así, tenemos
cientos de pueblos fantasma en toda Asturias y en toda España. La Marina, y Oles en
particular, son una excepción y os deseo que no cambie el enfoque. Está claro
que sabéis compaginar muy bien lo global y lo local, como se ve en el Mercáu y
en la biografía del presidente de la Comisión, el joven Jonathan Solares, estudiante
de una ingeniería y alumno de Bolonia, en Italia, sin perder la referencia del
terruño. El futuro va por ahí.
Hasta hace bien poco los
agricultores y ganaderos eran los jardineros del medio rural, en ésa época,
Asturias sí se parecía a Suiza. Sabían cortar y conservar. Tanto la flora como
la fauna tenían un equilibrio perfecto. Se cortaban los matorrales,
se limpiaban y conservaban los caminos en sextaferia y ahora consiguieron convertirnos
en unos pasotas, esperando que venga papá Estado con las maquinas a hacernos
las tareas. Y Papá Estado eso no lo hace gratis, nos pasa la factura
puntualmente, bien en forma de impuestos, de expropiaciones y todo tipo de
trabas burocráticas. Ahora tenemos que pedirle permiso hasta para respirar,
porque, si no hay Camino de Santiago, hay Reserva Natural, sino Costas, Carreteras
o autopistas, humedales, minas o canteras, vamos que lo coparon todo, y a la
vez, todo está lleno de matorrales. Una vez más, la Marina es una excepción,
imagino que por su orografía más llana.
En la Asturias de mi infancia,
por estas fechas estábamos a la hierba. Después venía el trigo, porque había
trigo para convertirlo en harina.
Yo hice la hierba con los angazos
que hoy son reliquias y fui a buscar agua a la fuente en calderos de latón, hoy
objetos de adorno. Dormí en colchones de lana de las ovejas de casa, que
previamente había que esquilar y varear. Estrenaba uno o dos vestidos al año,
también de confección casera y los viajes se reducían a las excursiones del
catecismo.
Como decía, cualquier tiempo
pasado no fue mejor, pero lo actual tampoco era la panacea, nos habían
convertido en esclavos de nuestras ansias de consumir, en consumidores
insatisfechos. Los pueblos, y el medio rural, que siempre estuvo a la cola del
progreso, tienen ahora la ventaja de conocer las claves de la supervivencia: espíritu
de sacrificio, capacidad de trabajo, paciencia para esperar que madure la
cosecha y resignación, en caso de que el año sea malo. Aprovechemos esos
mimbres para construir el futuro, que ya no será igual, pero tampoco tiene por qué
ser peor.
Mucha salud para todos y
todas.