Isolina Cueli
Muchas gracias a la
Asociación de Vecinos La Capilla de Poreñu por
invitarme a participar en estas Octavas jornadas culturales 2022 y,
por supuesto, muchas gracias a todos ustedes por asistir. Me van a permitir que recuerde, a título póstumo, a Mersi Martínez, compañera de Colegio hace más de cincuenta años.
El encabezamiento de ésta
intervención pregunta si ¿estamos preparados para el gran apagón?
Lo primero que habría que
plantear es: ¿qué es el gran apagón? Un interrogante que suena
apocalíptico y a fin del mundo. Si se produjese ese apagón, no
sería el fin del mundo, no se apagaría el sol, pero sí se podrían
apagar esas otras lucecitas a las que estamos tan acostumbrados y que
nos mantienen deslumbrados. En el trasfondo de ese gran apagón, de esa
oscuridad, estaría nuestro modo de vida actual, tanto en los pueblos
como en las ciudades, ya que todos somos demasiado urbanitas, por mucho que
vivamos en el medio rural. Y es ahí donde hace hincapié la pregunta
de si estamos preparados para vivir sin esas comodidades y
esos lujos a los que nos hemos acostumbrado.
Y entiéndase por lujo,
comer todos los días (podría pasar, de hecho pasa, que falten
alimentos básicos para la población. El Primer Ministro italiano,
Mario Draghi dijo hace poco que se acerca una crisis alimentaria
de proporciones gigantescas. Parece anecdótico, pero en Estados
Unidos no hay leche infantil en las tiendas o farmacias, leche de
fórmula, como se conoce allí. Aquí, en España, todos recordamos
el desabastecimiento en los primeros meses de la pandemia, o más
cerca, con el paro de los transportistas); también es lujo tener un
techo para vivir y energía para cocinar y calentarse, para alumbrado
público o privado (Se sabe que si seguimos consumiendo
desmesuradamente energías fósiles como carbón, petróleo y gas
vamos a acabar muy mal, ya que influimos directamente en el cambio
climático. Mejor dicho, vamos a acabar con la vida en la Tierra. Y
acabar con la vida en la Tierra nos afecta directamente. Acabaremos
con nosotros mismos. Lo dijo estos días el fotógrafo brasileño
Sebastiao Salgado: "El planeta no está en peligro, es el ser
humano el que está en riesgo de desaparecer". De ahí que, entre otras cosas, tendríamos que bajar ese ritmo de consumo energético). Siguiendo con los lujos, entiéndase por lujo tener agua
corriente y, además, potable. El agua es un bien escaso. Cada vez
está más contaminada por el nitrato de los fertilizantes; por el
veneno de los herbicidas o las partículas perfluoroalquiladas, PFAS,
por sus siglas en inglés, partículas calificadas de indestructibles
o contaminantes persistentes y de las que es imposible escapar. Se
inventaron en 1938 y el primer uso fue como agente antiadherente en
el teflón. Desde entonces están en todas partes, incluida el agua
dulce y salada. En temas marinos ya se habla de una nueva partícula
que es el plastiplancton. También es lujo tener un trabajo
remunerado o disponer de tiempo libre para perderlo de manera ociosa; y es
súper lujo tener acceso a la Sanidad y Educación universal o disponer
de pensiones de jubilación.
Todos nos podríamos hacer
la pregunta de si ¿estamos preparados para prescindir
de alguno de esos lujos; si podríamos vivir sin ellos?
Yo, que no soy ni adivina,
ni científica, ni divulgadora, ni política, podría aventurarme a
decir que quiénes somos de pueblo y tenemos un poco más de callo en
las manos, aunque mucho menos que nuestros antepasados, podríamos
sobrevivir a la falta de alimentos del exterior, como sobrevivieron
ellos, con una economía de subsistencia, aplicando el autoconsumo y
el trueque. La luz la podríamos apañar con candil; el fuego, con
cocina de leña, o si vamos más atrás, con trévedes; y el agua,
yendo con un caldero a la fuente. Más duro sería no tener un
ambulatorio a mano y un hospital o una escuela cerca. El ocio lo
podíamos solucionar yendo a limpiar cunetas en la sexta-feria, o sea
el sábado.
Imagino que nadie de
ustedes se quisiera ver en ninguno de estos escenarios que nos llevan
al pasado y de los que, la mayoría, huimos en cuanto se nos
presentó la ocasión.
Pues ese tiempo pasado
podría volver, y no lo digo yo, lo dicen los que saben. De ahí la
pregunta, ¿estamos preparados para afrontar la catástrofe?
Siempre me presento como
una agricultora venida a periodista. Como agricultora no tengo
argumentos para vaticinar el futuro, más o menos lejano, más o
menos incierto, pero como periodista sí tengo las herramientas y la
formación necesarias para conseguir los datos y las opiniones de
expertos en la materia que nos ocupa.
Todos ustedes recordarán
el llamamiento del Gobierno de Austria en el otoño pasado, hace
menos de un año, advirtiendo a sus ciudadanos de que estuviesen
preparados para un posible apagón. Les recomendaba tener comida y
medios de subsistencia para 72 horas, o sea tres días. Creo que el
gobierno austríaco se quedaba corto, porque si se diese un gran
apagón, imagino que será de más larga duración. Al margen del
tiempo que dure, es muy significativo que el Gobierno de un país
rico diese ese paso de concienciación masiva. Esta alarma que pulsó
Austria se produjo antes de la invasión de Rusia a Ucrania. Y cual
no sería mi sorpresa que, el miércoles, cuando estaba preparando
esta intervención, me encuentro con la noticia de que Alemania, a
través de su Ministerio del Interior, también acababa de hacer el
mismo llamamiento a sus conciudadanos para que se preparen ante un
presunto desabastecimiento, en caso de un posible gran apagón.
Alemania recomienda tener víveres y medios de subsistencia para diez
días. También me parecen pocos, pero creo que es una manera de
concienciar a la gente. Ahora el peligro está más cerca, porque
tenemos la guerra a las puertas de casa y las consecuencias de la
guerra ya nos tocan de lleno. Alemania también recomienda potenciar
las redes vecinales. En Poreñu el consejo está de más, porque creo
que sois ejemplo de un buena red vecinal, aunque imagino que siempre
se puede hacer más.
En el fondo, la iniciativa
de Austria y Alemania es un llamamiento a todos los países del
mundo para ser más precavidos, aunque el resto de gobiernos,
incluido el nuestro, no se atrevan a abordar el problema de frente y
decirnos a todos que somos pobres y que podemos serlo más. Que
tenemos que hacer economía y eso empieza por consumir todos
-gobiernos y ciudadanos- con conciencia y con responsabilidad.
Curiosamente, en España vamos en la dirección contraria del consumo
responsable. Un ejemplo son las subvenciones a la gasolina por la
subida del petróleo. Tenemos la suerte de que Papá Estado, en vez
de decirnos que no podemos ir de vacaciones, porque la gasolina está
muy cara, lo que hace es darnos una propina de 20 céntimos en litro
para tenernos contentos y que nos echemos a las carreteras, sin
pensar en apagones, ni en estrecheces. Es el mundo feliz que escribió
Aldous Huxley en 1932 y en el que estamos inmersos sin enterarnos. Y
eso es un mérito de éste y de todos los gobiernos, desde el de
Estados Unidos, a Putin y, por supuesto, al súper gobierno que es la
cumbre de Davos, a la que asisten los que verdaderamente mueven los
hilos de las marionetas que somos todos nosotros, incluidos los
políticos. Parece que se preocupan de nosotros, pero lo que hacen es
tomarnos las medidas para machacarnos un poco más. Ya lo dijo
Celine, el escritor francés que vivió dos guerras mundiales: "Os
lo digo, infelices, jodidos de la vida, vencidos, desollados, siempre
sudorosos; os lo advierto: cuando los grandes de este mundo empiezan
a amaros, es porque van a convertiros en carne de cañón".
¿Qué hicieron en el encuentro de Davos de este año?,
pues hasta donde nos contaron, en el caso de España, comprar o
vender España -según se mire- para colocar paneles en los terrenos
más soleados y molinos en los montes más
ventosos. Se trata de que sigamos gastando a lo bestia, ahora con
energía solar y, claro, por eso nos van a obligar a comprar coche
eléctrico. Sí, sí, van a conseguir que la España vaciada se
llene, pero en vez de agricultura y agricultores, habrá huertos de
placas metálicas que, en pocos años, se convertirán en chatarra.
Leo un titular del diario El País que asusta sólo con verlo,
dice así: "Los colosos energéticos europeos riegan
España con miles de millones en su apuesta por las renovables".
Ya es bien curioso que un Gobierno que se le llena la
boca criticando a las eléctricas para quedar bien con sus
parroquianos, ahora les vaya a dar carta blanca no sólo a las
eléctricas nacionales, sino a las de toda Europa, donde escasea el
sol, para que se hagan con la España vacía.
Pablo Servigne y Raphaël Stevens son dos divulgadores franceses, autores del libro Colapsología, que predican urbi et orbe todos los problemas en los que
estamos inmersos y apuntan algunas soluciones para superarlos, pero
son medidas muy impopulares. Dicen que , "al igual que los toxicómanos, los
demás mortales también tendríamos que abandonar drogas como el
petróleo, el PIB y la riqueza" y añaden que "en
nuestra sociedad muy pocos sabrían sobrevivir sin supermercados,
tarjetas de crédito o gasolineras".
Como decía antes, nosotros, los que somos de pueblo, es
posible que pudiéramos vivir así, por supuesto con esfuerzo y
sacrificio, dos formas de entender la vida muy criticadas en esta
época del, aquí me las den todas, en la que prima conseguir las cosas sin esfuerzo y sin sacrificio. Pues si nos ponemos en modo antepasados es posible que nos adaptáramos a esa otra forma de vida, más lenta y más real, aunque mucha gente lo pasaría francamente mal en ese modo lento, slowly, como dirían los ingleses.
El gran apagón no
tendría que verse como una tragedia, sino como una forma de vivir
más tranquila, más relajada y más autónoma, como vivían en
Poreñu hace cien años, o, si quieren, sesenta. Cuando se iba a la
Villa una vez a la semana, como mucho. Cuando se estrenaba ropa una
vez al año, casi siempre hecha en casa, y cuando se cocinaba con leña y se comía lo que se
producía y aquello que se conservaba y guardaba para el año. Esas reservas
eran la carne del cerdo, en sal o curada; chorizos y morcilla
embutidas y curadas; fabes, de todos los colores; maíz, trigo
o escanda, para el pan y la harina; salsa de tomate, la miel; manzanas,
nueces, castañas, avellanas, todo eso que hoy se pierde en los
árboles, o que está invadido por los matorrales. Por supuesto, sidra, para dos años.
Bueno, pues según los que
saben, ahí tendríamos que volver para que este hogar llamado
Tierra, que nos da de comer y de beber, soporte nuestra presión.
Pero ¿quién le pone el cascabel al gato, cuando los gobiernos sólo
saben hablar del Producto Interior Bruto, el famoso PIB, y sólo
piensan en gastar y en animarnos a gastar y a consumir como termitas?
Consiguieron hacernos
consumidores insatisfechos, hasta el punto que ahora ya no se
habla de moda de temporada, sino de moda de la semana. Es
escandaloso, pero ahí están muchos jóvenes y no tan jóvenes,
comprando y tirando sin pararse a pensar en lo que hacen. Siempre que
puedo cito una frase del libro El Fin del trabajo, de Jeremy
Rifkin, un autor americano que cuenta cómo unos ejecutivos se
plantean el objetivo de conseguir que "los lujos de los ricos
se conviertan en necesidades de las clases más pobres", y
estarán conmigo que lo han conseguido desde el momento que los
pobres ya podemos hacer cruceros, tener vacaciones en las antípodas;
coches de alta gama; comer en restaurantes de lujo; comprar
televisiones que casi no nos caben en casa y hacernos la cirugía
estética, aunque nos destrocen.
Es curiosa la
recomendación de Warren Buffett, el dueño de Wall Mart, la cadena
de supermercados americana. Nos dice que antes de comprar algo nos
hagamos la siguiente pregunta: ¿qué me pasaría si no lo compro?
Si la respuesta es que no me pasaría nada, el consejo es que no lo
compres, porque no lo necesitas.
Pues
con esta máxima tendríamos que hacer todas las compras de nuestra
vida. ¡Queremos ganar más para comprar más cosas que no necesitamos!
Es un desatino, como desatino y vergüenza es que los ricos se gasten
cientos de euros en un pantalón roto. Estamos metidos en esta
dinámica, pero también se puede salir de ella. Todos podemos
aportar nuestro grano de arena, por cierto, la arena también es un
bien escaso, cada vez hay menos y esa despensa tarda millones de años
en reponerse.
Es
recurrente la metáfora del gorrión que, encima de un gran incendio,
suelta un gota de agua que lleva en el pico. Y a la pregunta de si
cree que sirve para algo, contesta: "yo hago mi parte".
Pues todos nosotros,
hombres, mujeres, más jóvenes o más viejos, todos podemos hacer
nuestra parte y aportar el valor añadido del sentido común que
tanta falta hace.
Como periodista, tengo que
hacer autocrítica del gremio y lamentar el tipo de periodismo que se
hace en muchos casos y en muchos medios, un periodismo que se queda
en la anécdota, sin espíritu crítico.
Supongo que, al igual que
yo, muchos de ustedes se preguntarán, a dónde vamos a parar. Pues
creo que vamos a parar a un precipicio, pero no es un acantilado
brusco por el que nos despeñamos, no. Vamos cayendo poco a poco, sin
enterarnos. Un ejemplo muy gráfico es el de la rana que metes en
agua hirviendo y sale de allí de un salto. Pero si a esa misma rana
la metes en agua fría y le vas calentando el agua poco a poco, acaba
cocida y ni se entera. Pues nosotros estamos en ese cocimiento a
fuego lento y para distraernos del precipicio nos dan
migajas -entiéndase subvenciones, ayudas, limosnas- que cogemos alegremente sin mirar de dónde salen.
El Foro Económico Mundial
propuso en el año 2020 un plan de choque al que llama el Gran
Reinicio, o gran reseteo. Nos viene a decir que tenemos que
repensarlo todo y replantearnos todo antes del año 2030, ¡que ya
está ahí!. Que tenemos que aprender a vivir con menos, a ser más
autosuficientes.
En la misma línea, Joaquín
Chellnhuber, alemán nacido en 1950 y autoridad mundial en cambio
climático dice que "si seguimos por la vía actual, existe
un muy alto riesgo de que, sencillamente, pongamos fin a nuestra
civilización. La especie humana sobrevivirá de un modo u otro, pero
drestruiremos casi todo lo que hemos construido a lo largo de los
dos últimos milenios".
En Poreñu, o en Priesca,
no nos damos por aludidos cuando se habla de contaminación o
especulación, porque contaminamos y especulamos más bien poco, y
también sabríamos vivir con menos, pero hay mucha gente que no
tiene ni los medios ni la aptitud para cambiar el ritmo de vida, ni
para salir del bucle en el que está metida. Aunque, en mi pueblo decimos que discurre más un necesitado que un abogado y, es posible
que si el hambre apremia, la gente agudice el ingenio y salga adelante
con la máxima: menos es más.
Dice Miguel Delibes, hijo,
que "le hemos saltado las costuras a la Tierra y que la senda
a seguir es la del buen vivir, pero sin un consumo excesivo".
Es la receta perfecta, pero muy difícil de cocinar.
El gran apagón también
puede ser ese virus informático que nos deje a todos indefensos y a
la deriva. Si tenemos en cuenta nuestra dependencia de los
microchips, es fácil imaginar cómo quedaríamos.
En una situación así, de
apagón, creo que saldrán mejor parados quienes tengan los pies en
la tierra y las manos en la azada, en vez del móvil, y en Poreñu,
de momento, hay azadas y fesorias.
Tendrían que recordarnos
todos los días que los recursos de éste hogar llamado Tierra son
finitos. Hasta ahora tiramos del petróleo, el gas y el carbón, energías
fósiles que perjudican la capa de ozono, y tratamos de
sustituirlas por energías renovables, como la solar y la eólica.
En este momento, muchos se están peleando por los terrenos para huertos solares y molinos de viento. Es una
plaga que no hizo más que empezar. Ahora vamos a hacer huertos con plantones de placas
solares y repoblar montes con postes metálicos para molinos de viento. ¡No tengo ni idea qué
vamos a comer!
Con la guerra, me enteré que nuestro granero, y el de
medio mundo, era Ucrania y esa reserva se acaba de estropear para
unos años.
Los antiguos estoicos, en
la civilización griega, resumieron su filosofía de vida en una
frase que consistía en: "Vivir de acuerdo con la naturaleza".
Eso suponía ir al paso de la naturaleza. Hoy, hasta la Filosofía
está mal vista y lo de pensar está pasado de moda. Nos quieren
zombis, no les interesa que tengamos criterio ni espíritu crítico.
Pero creo que aún hay esperanza mientras se encuentren grupos con
iniciativa, como es el caso de los vecinos de Poreñu. Gente con los
pies en la tierra y la vista en el horizonte, que sabe mirar a su
alrededor, contemplar la naturaleza en su día a día para sacar
lecciones de vida.
En nuestra cultura, y
nuestra religión, partimos de una premisa muy egoísta, que es
colocar al ser humano en la cúspide de las criaturas de la Tierra,
en considerarnos lo más, cuando, en realidad, aún nos faltan
millones de años por evolucionar. Sólo tenemos que mirar a un ternero, que a los cinco minutos de nacer es autónomo para caminar y
comer. O un planta, que es autónoma y autosuficiente. Muy distinta es la concepción del humano en los saberes indígenas de algunas tribus de América, según nos cuenta Robin Wall en su libro Una trenza de hierba sagrada. Para ellos el ser
humano es "el hermano pequeño de la Creación", la criatura que menos
experiencia tiene de la vida y la que más tiene que aprender del
resto de las especies, que llevan aquí mucho más tiempo que
nosotros.
Sí, podemos decir que
nosotros somos más listos, que tenemos inteligencia, pero yo creo
que no hay nada más listo que un cuervo o un mirlo de los que andan
por ahí robando cerezas y nada más inteligente que una araña que
echa su red y espera que llegue la comida.
Esta intervención la
había apalabrado con los responsables de la Asociación Capilla
de Poreñu a principios del año 2020. La peste que nos vino
impidió este encuentro en dos años. En aquel entonces estaba muy
reciente una intervención mía en la que hablaba sobre el medio
rural. Habíamos pensado que podría ser interesante pasar el video de
diez minutos en este acto. Quien tenga interés puede verlo en
internet con mi nombre y la apostilla: el campo en diez minutos. Así
que, para no aburrirles más, les puedo resumir los diez minutos en
cinco palabras: "que lo dejen en paz".
Lo
dije bien alto, ante un auditorio de gente que tiene los medios para
dejar al campo en paz, que dejen de legislar para el campo, que dejen
de poner trabas, que dejen de dictar reglas, que lo dejen ir a su
paso, al paso de la naturaleza, pero no, no son capaces, se aburren
mucho en sus despachos con aire acondicionado y entonces lo que hacen es aburrir a la gente
y echarla del campo.
Ayer
leía el contenido de un encuentro en Oviedo de doctos eruditos del
campo y llegaron a la conclusión que la manzana y la sidra tenían
que ser el motor del campo. Pues la sidra, en la Villa ya era el
motor hace cien años. En los libros de ventas de mis antepasados de
la tienda Les Cachuches, en 1924, o sea hace un siglo, se
exportaba sidra a Buenos Aires, Río de Janeiro, Caracas, Montevideo
y La Habana, por valor de cientos de miles de pesetas.
La
burocracia está reñida con todo, pero con el medio rural ¡más!
Y
antes de terminar, quiero recordar a todos los hombres y mujeres del
campo que nos precedieron, nuestros antepasados. Nosotros también
seremos antepasados y tenemos que plantearnos cada día qué legado
les dejamos a los que vienen detrás y actuar en consecuencia.
También quiero traer a esta mesa el trabajo abnegado y
silencioso de las mujeres del campo, que casi tenían el don de la
ubicuidad, sin menospreciar el de los hombres, muy duro
y también a jornada completa. Pero aquellas mujeres eran
polifacéticas estaban en todos partes, en la casa y en la cuadra; en
la huerta y en la finca; haciendo comida y lavando; cosiendo; criando
hijos y cuidando viejos. Afortunadamente, también se sabían
divertir.
Thomas Jefferson, el
tercer presidente de los Estados Unidos, que gobernó hace 200 años,
publicó un decálogo de vida que, a modo de conclusión, me gustaría recordar aquí y que dice así:
1-Nunca dejes para
mañana lo que puedas hacer hoy.
2-Nunca molestes a otro
por lo que puedas hacer tú mismo.
3-Nunca gastes tu
dinero antes de tenerlo.
4-Nunca compres lo que
no quieres, sólo porque es barato; nunca será lo que querías.
5-El orgullo nos cuesta
más que el hambre, la sed y el frío.
6-Nunca te arrepientas
de haber comido muy poco.
7-Nada es problemático
si lo hacemos voluntariamente.
8-Toma siempre las
cosas por el lado bueno.
9-Cuando estés
enfadado cuenta hasta diez antes de hablar; si estás muy
enojado, cuenta hasta cien.
10-No sufras por males que todavía no han
sucedido.
Parafraseando el
apartado número diez de Thomas Jefferson, no vamos a sufrir por
males que no han sucedido, como es el gran apagón, pero sí podemos
hacer muchas cosas para evitar que suceda, o para estar preparados y hacerle frente. Pues ya lo dice el refrán: ¡Para con Dios hay que
tener por el carro! Muchas gracias y buen
Camino a todos y todas